Rafael de Frutos Brun
Dejábamos en nuestro último escrito la fuente de los tres caños manando constantemente, con unas ventajas en el pueblo que hasta entonces no las había.
Por ejemplo, un abrevadero para el ganado con capacidad de seis metros cúbicos, también servía para regar los huertos que están por debajo del mismo, con agua natural, desde el manantial. Donde las madres y hermanas acuden al caer la tarde a llenar sus cubos y cántaros y al mismo tiempo poder saludar a las demás familias que llegan a lo mismo. ¡Cuántas tardes de otoño después del trabajo del campo los mozos acudían a la fragua que estaba frente a la fuente, a esperar a aquella moza que para ellos era la mejor y más guapa del pueblo, y poderla acompañar y charlar un poco con ella!
Todo era bueno pero el tiempo pasó y se fue pensando que sería interesante que el preciado elemento lo tuvieran en casa y no tener que salir a recogerlo a la Plazuela. Y manos a la obra, los alcaldes de turno empezaron a solucionar problemas que no iban a ser pocos. Empezamos porque el pueblo estaba todo de tierra (excepto la carretera) que estaba de piedra y tierra. Las acequias de riego estaban al descubierto y cruzaban el pueblo, no había ninguna acera, la limpieza de la calle la hacían los vecinos (cada uno el trozo de su puerta y previo pregón), la basura se tiraba cada cual a los chorrillos, el ganado se cerraba en las casas y paseaba por las calles a su antojo cerdos y gallinas……y todo eso debía de cambiar, o la mayoría de ellas.
A partir de ese momento se empieza en todas las calles del pueblo a abrir zanjas de dos metros de profundidad a base de barrenos, pico y pala. (las máquinas se conocían poco). Con alegría vieron los vecinos empezar a poner tubos gordos para las aguas sucias y otros más delgados para el agua de consumo; muchos de ellos dejaron ya la conducción hecha para cuando autorizaran conectar.
A partir de este momento el pueblo da un paso de gigante que transformará el mismo, en higiene, limpieza, comodidad, calidad de vida, costumbres y belleza del mismo. El agua está en los domicilios y por ende los primeros servicios (final de ir al corral o las callejas.)
Se terminaron los «pericos» en las habitaciones. Llegan las nuevas lavadoras (que se cargaban por arriba), ya no tienen sentido la pila del zarzal, la casa del agua o la pila de la Eulalia.
Se terminó de ir las mujeres a lavar al río.
En el servicio se pone un baño y pasa a la historia el barreño de cinc a la hora de ducharnos. El agua sale hasta caliente y produce alegría. Se cierran todas las acequias del pueblo, se hacen aceras, un tractor recoge la basura, tenemos desde el año cincuenta reloj en el Ayuntamiento, tenemos una centralita del teléfono, la plaza ya no se riega a cubos como siempre, ahora se enchufa una manguera y se reparte mejor.
Pasan muchas más cosas en ese tiempo, el correo le trae el coche de línea, nos dan la luz por el día, la gente compra neveras. Félix Rodríguez empieza a llamar Hayedo a lo que siempre fue el Chaparral, se ponen los primeros pinos, se hace una serrería en Montejo. Se lleva un ramal de la fuente de los tres caños y se instala una fuente (la de Nazaret en el barrio de abajo).
Los alcaldes que intervinieron en este proceso del agua fueron los siguientes: Agustín Pérez, Benito Fernández y Carlos Hernán, sin infravalorar al resto que han querido ayudar siempre al pueblo y preocuparse del bienestar de los vecinos.
Para todos sin distinción, para los que se fueron, para los que lo fueron y no se han ido y para los que están, «copiaremos» la frase que decían nuestros abuelos cuando entraban en el Ayuntamiento a la vez que se quitaban la gorra:
«CON PERMISO»…
Rafael de Frutos Brun
Montejo de la Sierra, febrero 2018
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