Rafael de Frutos
Allá en los años cincuenta
después de acabar la guerra
un cura llegó a mi pueblo
acabada la carrera.
Con juventud e ilusión
parecía extraordinario
con ganas de trabajar
al salir del seminario.
Contactó bien con el pueblo
que también es muy sociable
él haciendo sus tareas
y sin molestar a nadie.
Después de llevar un tiempo
en sus labores de iglesia
pensando en sus feligreses
algo llegó a su cabeza.
Y pensó que sería bueno
y que ayudaría a muchos
en las noches del invierno
tener escuela de adultos.
Y fue tal aceptación
que la idea dio su fruto
que dos veces en semana
hubo de hacerlo en dos turnos.
Al terminar en el campo
los jóvenes de mi pueblo
se arreglaban y salían
para ir a escuela luego.
No había luz en el pueblo
y se alumbraban con velas
o algún candil de petróleo
que olía en la casa entera.
En casa del señor cura
que es donde daba la escuela
alrededor de la mesa
se lucían con una vela.
Presumía don Tomás
como había educado al gato
que era cosa de paciencia
y de perder muchos ratos.
Los alumnos de la clase
rebosaban de alegría
admirando la paciencia
que aquel «careto» tenía.
Pero había un mozo guasón
que quiso experimentar
con la paciencia del gato
y el saber de don Tomás.
Y se le ocurrió la idea
que está dentro de razón
y era llevar a la clase
a que estudiara un ratón.
Julián se llamaba el mozo
que cogió aquel roedor
y lo metió en una caja
pequeñita de cartón.
Sentados junto a la mesa
empezó la clase el cura
y Julián saco la caja
que tenía una abertura.
El ratón que vio la luz
que desprendía la vela
el gato que vio al ratón
se armó la marimorena.
El gato soltó la vela
salto el ratón sobre cura
los libros a hacer puñetas
Y todo se quedó a oscuras.
La clase del día siguiente
se celebró a mediodía
Y don Tomas explico
la odisea de aquel día.
Formales y buenos somos
mientras que no hay ocasión
más todo echamos por tierra
al llegar la tentación.
Igual que el gato «careto»
mandó el cirio a hacer puñetas
hoy perdemos la vergüenza
por pillar cuatro pesetas.
Montejo de la Sierra 2017
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