Ignacio Pérez Díaz
En México la democracia muere un poco cada día, con cada asesinato perpetrado contra un periodista. Este lunes, la violencia del narcotráfico se llevó por delante la vida de Javier Valdez, asesinado de un disparo a plena luz del día en Culiacán, después de que unos hombres interceptaran su vehículo. Se trata de uno de los reporteros que mejor ha narrado el narcotráfico en Sinaloa, y que debido precisamente a su buen hacer se convirtió en objetivo de los narcos, siendo el sexto periodista asesinado en lo que va de año en México, más de la mitad que el año pasado, que ya batió récords con 11 ejecuciones.
Este nuevo golpe al periodismo, y, por tanto, a la democracia, se suma al reciente cierre del Diario «Norte» de Ciudad Juárez, debido a que en el mes de marzo fueron asesinados tres periodistas, la última Miroslava Breach. Ello significa que los narcos están consiguiendo su objetivo: silenciar a la prensa, que se autocensura por miedo. En la medida en que los periodistas se ven obligados a asumir heroísmo en el ejercicio de su profesión podemos hablar sin reservas de una situación de falta de libertad e incluso de dictadura. A ello se le añade la clamorosa impunidad instalada y el silencio de las instituciones, lo cual se concreta en que no ha habido ningún detenido por los asesinatos a periodistas este año. La reacción a las cinco muertes previas a la de Valdez había sido hasta ahora la designación de un fiscal de delitos contra la libertad de expresión, una medida cuando menos irrisoria si se tiene en cuenta la gravedad de la situación.
La violencia se ha vuelto a ensañar con Sinaloa después de la extradición a Estados Unidos a principios del año del líder del cartel, el narcotraficante, Joaquín El Chapo Guzmán. En los cuatro primeros meses de 2017 se habían registrado 492 homicidios, una cifra que analistas de la zona ya dan por duplicada.
El incremento de la violencia ha ido acompañado con una recrudecimiento de las formas en que se ejecutan los crímenes. De esta forma, el narcotráfico está minando al Estado mediante la corrupción y el asesinato, y por ello tienen claro que el principal enemigo a batir es la prensa. Por ello, el asesinato de Javier Valdez, como el de muchos otros compañeros de profesión, no es aleatorio, sino concienzudamente elegido, y debe ser entendido como un mensaje de propaganda y una advertencia al resto, al igual que la colocación estratégica de ahorcados en los lugares más frecuentados de México, donde cada día transitan miles de personas. Todo ello contribuye a generar un clima de terror entre la población y los propios periodistas, que ya hace tiempo que se ven obligados a salir a la calle con protección policial, renunciando muchos de ellos a firma sus propias piezas por temor a represalias. En este sentido, la fundadora de la organización Periodistas a Pie, Marcela Turati, ya señalaba que el mayor miedo que tienen ahora no tiene que ver con equivocarse en un dato, sino que maten a alguien por tu culpa o que te asesinen a ti por lo que escribes. Este amedrentamiento sistemático que se ejerce en México tiene como consecuencia directa que los ciudadanos se quedan desprovistos de elementos de juicio, favoreciendo aún más la impunidad. Sin periodismo, las democracias se vacían de contenido.
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