La Constitución de 1812, la República, la Democracia han sido intentos de dar soporte a las aspiraciones de un pueblo trabajador (emigración), innovador (científicos, médicos, literatos, etc, reconocidos mundialmente), progresista (avances sociales y culturales de las últimas décadas), justo (vía civil para avanzar en democracia). Las sucesivas involuciones basadas en el caciquismo, la prebenda, la falta de transparencia, la sumisión a un jefe militar, religioso o económico, ejercidas a sangre y fuego (desahucios) sin la más mínima caridad cristiana tan esgrimida en otras ocasiones, se han opuesto siempre a ellas.
El inmovilista «atado y bien atado» reconoce en nuestros dirigentes un déficit de moral cristiana y civil, de valentía para abordar la justicia y la igualdad, de cultura y transparencia, de coraje para evolucionar como casta y como sociedad, mas allá de la alusión a una patria que se olvida cuando interesa.
El dinero puede ser utilizado para mantener el tipo de poder y la desigualdad propias del siglo XIX o puede aplicarse al progreso, la cultura y la colaboración en un proyecto común que aborde el siglo XXI con alguna posibilidad de éxito.
Hoy la sociedad civil tiene la responsabilidad de unirse pacífica pero firmemente contra una vuelta atrás que nos conduce a desparecer definitivamente como cultura reseñable en el panorama mundial.
Y el poder tiene la responsabilidad de hacer viable este país más allá de la fuga de capitales a paraísos fiscales, de su parcelación y venta a precio de saldo, de medidas que lo conducen a la inanidad moral, social, cultural y económica.
Juan Francisco Tribaldos Pérez
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