Chimo Marcos
Hago el firme propósito, al empezar esta columna, en no alcanzar el paroxismo a través de un pesimismo perfectamente justificable, visto lo visto a nivel mundial y a fecha de hoy, año arriba, año abajo. Mi temor es que el miedo se convierta en pánico al mirar a mi alrededor (España) o más ampliamente (al resto del mundo) y a las estadísticas. Sí, ya sé que las estadísticas difieren en función de muchas variables y no siempre honestas, pero no puede negárseles el que por lo menos son estadísticas, con números reales, aunque algunos sean torticeramente utilizados.
Oyendo al gobierno de mi país mostrarse moderadamente satisfecho con la reducción del paro, el aumento de las personas registradas en la seguridad social, etc. y ver que seguimos con millones de parados, me ha hecho mirar con mayor detalle al conjunto de la problemática y tratar de analizar lo que verdaderamente está pasando. En consecuencia de ello he llegado a la conclusión de que lo que diga o deje de decir este gobierno, sea o no cierto, es irrelevante porque el problema es otro y es universal. Dicen todos los voceros de la UE que el paro crecerá de forma imposible de detener ante el aumento geométrico de los medios, casi siempre tecnológicos, en los próximos años en no sé qué porcentaje en toda Europa. Lo mismo dice la ONU con respecto al resto del mundo.
Como va ser posible un aumento del empleo a escala universal si no paramos de leer a diario que tal o cual institución, cuanto más grande mejor para lo que nos importa, está despidiendo millares de personas (véase los bancos en España). Lo mismo las grandes industrias; el mundo del petróleo; los pozos mineros, etc. La OIT decía en 2013 que solo en ese año habría un déficit de puestos de trabajo superior a 30 millones y que ya en el mundo había alrededor de 60 millones de parados.
De todos modos hablo desde mi punto de vista siempre optimista. Mi optimismo viene de comprobar, cada día un poco más, lo que ha mejorado este mundo en que vivimos: la calidad de la vida, su alargamiento tan manifiesto; la desaparición de enfermedades que hasta hace poco eran mortales, etc. Hay menos analfabetismo en todas partes, etc. Pero debemos saber vivir con la nueva situación en cuanto al trabajo. Para que haya trabajo para todos, o al menos para los mas posible. Y para eso las perspectivas no son buenas: cada año, más o menos, 15 millones de jóvenes acceden al mundo del trabajo. He querido decir que intentan acceder.
Y es que lo que tendremos que hacer es revisar nuestros valores; nuestras esperanzas y un mejor reparto de la riqueza. Al llegar a este punto topamos con aquello como lo de «con la Iglesia hemos topado» pero no es la Iglesia, ni siquiera las iglesias con las que nos enfrentamos. Nuestros adversarios para llegar a estos logros son la codicia, la avaricia y la carencia de empatía que la parte más rica del mundo posee y no piensa en ceder nada de lo que tiene.
No soy un iluso, aunque sea optimista, pero no veo de dónde vamos a sacar lo que necesitamos para arreglar esta situación y sí creo, en cambio, que lo que debemos hacer es pensar de otro modo. Es seguro que la solución no va a venir del mismo sitio que vinieron las anteriores. El mundo es otro.
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