ROSA ORTEGA
Estoy un poco harta de estar harta! De quejarme por todo: Casi siempre de los políticos, a veces de las personas, en ocasiones de mí misma.
Que si en este país no se leen libros; que si las administraciones educativas no cuidan de sus escuelas y de sus escolares; que las eléctricas suben la luz cuando más la necesitamos; que el estado rescata autopistas de peaje en quiebra; que si los senadores gastan mucho dinero en viajes, que en las universidades los abusadores llevan birrete; que los bancos siguen mareando la perdiz para evitar devolver el dinero robado en las cláusulas suelo; que si Manuela Carmena no sabe vestir a los Reyes Magos; que por qué los británicos votaron a favor del Brexit; que si el nuevo presidente de los EEUU no va a ser capaz de aguantar las ganas de mostrar al mundo todo su poder, que si los reyes de España del 2017 se parecen a los de 1900, que si tengo que protestar por el imparable ascenso de la extrema derecha en Europa, que si el PSOE nos quiere «vender la moto», que si la moto ¡no funciona!
Todo la vida protestando y los ricos cada vez son más ricos, Donald Trump gobernará en el mundo y los humanos casi hemos logrado extinguir a nuestros parientes primates.
Es imposible, necesito pensar en otra cosa.
Hace poco estuve en el cine. Era una cine de verdad, con pantalla grande, butacas numeradas, palomitas recién hechas y anuncios de películas. De esos que solo quedan en ciudades grandes o en centros comerciales donde la cultura se consume azucarada.
«La llegada» (mi película) nos cuenta una historia de ciencia ficción en la que una reputada lingüista se pone a las órdenes del ejército estadounidense para intentar entender a una misión extraterrestre, que llega a nuestro planeta con intenciones poco claras. Por supuesto era una señora muy lista que debía haber desistido hacía tiempo de entender las intenciones de voto de sus compatriotas.
Por el camino, el director nos cuenta la historia más vieja del mundo: la del amor de una madre por su hija y nos plantea una cuestión aterradora que al menos nos invita a pensar: ¿serías capaz de hacer lo mismo con tu vida si supieras lo que va pasar de antemano? Intenté responder a esta pregunta recordando el poema de Juan Gelman:
LO QUE VENDRÁ
él que no anduvo su pasado/
no lo cavó/no lo comió/no sabe
el misterio que va a venir/
nunca puso su vida/para
el misterio que va a venir/la pena
desaparecerá/un gran humo
se alzará de la sed/de el hambre/de
la injusticia/la soledad/arderán
como leños/los astros
se tranquilizarán/
y todo será verde/
como el misterio del dolor/
como tus pechos blancos
bajo el manzano/
La pregunta seguía ahí pero había perdido todo interés por ella. Después de todo creo que ya tenemos muchas certezas de cómo avanza El Reloj del Mundo y no hacemos nada para remediarlo. Volveré a leer el poema de Juan Gelman.
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