Rosa Ortega
En mi escuela había una maestra: la señorita María. En mi escuela estaban los niños por un lado y las niñas por otro, apenas nos rozábamos. Tampoco Don Manuel y la señorita María hablaban, ambos sabían lo que tenían que hacer y nadie se hubiera atrevido a dudar de su trabajo.
En la escuela de ahora todos opinan y preguntan y controlan y denuncian, pero no hay un secretario eficiente para recoger sus palabras, valorar sus experiencias, volver a preguntar al mes siguiente y trasladar sus opiniones. Tal vez estaría bien crear un consejo de profesores para que hagan que la vida en la escuela llegue hasta los políticos y todos juntos elaboren una ley que nos dure unos añitos. Pero ese es otro tema.
En mi escuela, cuando la maestra se ausentaba para hacer alguna de sus eternas obras de caridad, las alumnas mayores nos hacían callar reproduciendo el ruido de sus tacones en el pasillo. Era miedo aunque lo llamaban respeto. Después vino el «me educa usted al niño o a la niña como yo diga, que soy su madre y mato por ella» y los niños y las niñas se dieron cuenta de su poder.
En los últimos años, algunos políticos se han encargado de desprestigiar a los maestros con dureza, al tiempo que cerraban centros de profesores e incrementaban el número de alumnos por aula. Pasaron muchas cosas en las escuelas bajo el paraguas de la crisis: despido masivo de profesores, bajada de salarios, reducción de medios materiales y personales. También pasó la crisis y se quedaros los recortes.
Todos los docentes saben que hay que ganarse la confianza de las familias y mantenerla a partir del diálogo, la transparencia y el progreso de los alumnos. Pero, ¿cómo lograr que aquel miedo, transformado en recelo con el paso de los años, sea definitivamente sustituido por el respeto y el trabajo conjunto?
Hablando de progreso y resultados, me gustaría comentar de pasada el informe PISA (Programa internacional para la evaluación de los estudiantes). Al parecer España mejora su puntuación en cuanto a la calidad de su enseñanza y se acerca a la media de la OCDE. Todos estamos muy contentos, especialmente la Comunidad de Castilla y León que este año se ha convertido en el paradigma del éxito educativo. Destacan dos aspectos de su triunfo que merece la pena reseñar: la formación de sus profesores y un número importante de CRAS (Colegios rurales agrupados) en su territorio. Este último rasgo organizativo de sus escuelas hace que la media de alumnos por profesor sea muy baja y como explica el Consejero de esta Comunidad «No podemos decir que hayamos dado un revolcón pedagógico ni que tengamos fórmulas mágicas. Conseguimos resultados similares a Finlandia pero no hacemos cosas revolucionarias, es todo simple sentido común».
Más allá de las mediciones, del sentido común y de la oportunidad de no haber invertido en educación en este país en los últimos años, tenemos algo en común con la Comunidad del éxito y son nuestros CRAS, pequeñas escuelas públicas rurales que luchan para no desaparecer en la Comunidad de Madrid.
En mi escuela lo pasábamos bien, nos reíamos, no parábamos de jugar y nos inventábamos nuestras propias historias sobre cómo burlar la autoridad del profesor y escaquearnos de hacer deberes, pero al llegar a casa se imponía el orden y la obediencia total a los «dictados de los maestros». La educación de los niños era cosa de todos.
Hoy es Don Antonio Machado el que aporta la reflexión poética a nuestro texto. Las palabras son de Juan de Mairena: «No olvidéis que es tan fácil quitarle a un maestro la batuta, como difícil dirigir con ella la quinta sinfonía de Beethoven».
FELIZ AÑO 2017
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