Rosa Ortega
Según la RAE laicidad significa: «condición de laico o principio que establece la separación entre la sociedad civil y la sociedad religiosa», pero ¿qué es lo contrario de laicidad? tal vez ser religioso o practicar una religión?
¿Podríamos entender que una sociedad entera fuese religiosa o practicase una religión o muchas y además hubiera orden y respeto entre todas ellas?
Para muchos sería el paraíso, lo inalcanzable y también el final de muchas guerras y de todo aquello que más desgasta y enfrenta a las personas.
Algunos grupos sociales, países, etc. han encontrado una formula compleja que contribuye y facilita la convivencia, siempre que se pueda llevar a cabo, el laicismo. Una sociedad que conserva sus creencias religiosas para el amor y la muerte y no acepta dioses que intervengan en la regulación de sus derechos como trabajadores y ciudadanos.
Aunque la Constitución española nos dice en el artículo 16 que «Ninguna confesión tendrá carácter estatal», me cuesta creer que las relaciones de histórica cooperación con la iglesia católica no deban ser consideradas con «carácter casi del todo estatal».
Pero ante todo evitemos la precariedad del conocimiento. El saber nos hace libres se oía en tiempos pasados, ahora podríamos decir algo así como: el saber manejar la información nos permite entender y participar de ese reparto democrático de cultura que nos brindan las tecnologías. Tal vez a más conocimiento menos credulidad y más libertad.
Valga este pequeño preámbulo como intento de explicación ideológica porque gozando de esa amplia libertad que me concede este periódico, hoy quería hablar de la religión en la escuela. El debate está presente en la vida social de este país desde tiempos inmemoriales y aunque las organizaciones sociales defiendan una escuela «escrupulosa con el principio de laicidad o neutralidad», la jerarquía eclesiástica nos dice que «la escuela no es laica o creyente: lo son las personas y la opción de los padres debe ser respetada». La discusión está llena de tópicos y sería deseable una amplia participación de la sociedad para que ningún gobierno decida sobre esta cuestión. Modestamente intentaré esbozar algunas dudas que para mi se encuentran en las lindes de lo correcto y de lo legislable.
Hay un intento en las leyes educativas de justificar la existencia de la asignatura de religión a partir de dotar de contenidos a su pretendida propuesta complementaria, esa asignatura llamada por la LOMCE (Ley Orgánica para la Mejora de la Calidad Educativa) Valores Sociales y Cívicos en primaria o Valores Éticos en secundaria.
Suponemos los contenidos de la primera cargados de doctrina y con el objetivo de educar en la fe católica, los contenidos de la segunda cargados de razón y con el objetivo de formar ciudadanos libres y henchidos de valores morales y cívicos.
A vista de pájaro parece evidente que es el seno familiar donde está legitimado el adoctrinamiento y en cuya intimidad es posible vivir la fe. Y que por otro lado, la coloquialmente llamada «alternativa» a la religión, no es ni más ni menos que una formación transversal en valores, imprescindible en el currículo y a la que deben tener acceso todos los alumnos y alumnas del sistema educativo español, incluidos los que a esa hora y en el aula de al lado reciben la doctrina católica . Así pues nos hemos quitado dos materias en una reflexión, pero las dudas persisten y aumentan al ritmo de los argumentos. Si en estas páginas hablamos de filosofía o de poesía
¿cómo puedo suprimir la espiritualidad de un plumazo y descansar tranquila? pues por supuesto porque me muevo en el terreno de los anhelos y creo que es el mal uso del poder, en su cara política y económica, junto a las eternas y contaminadas relaciones entre la iglesia católica y el estado, las que pervierten la imagen del conocimiento de los textos sagrados y su lectura y tratamiento en la escuela.
Apenas un apunte poético:
EL OTOÑO SE ACERCA de ÁNGEL GONZÁLEZ
El otoño se acerca con muy poco ruido:
apagadas cigarras. unos grillos apenas
defienden el reducto
de un verano obstinado en perpetuarse;
cuya suntuosa cola aún brilla hacia el oeste.
Se diría que aquí no pasa nada
Pero un súbito silencio ilumina el prodigio:
Ha pasado
un ángel
Que se llamaba luz, o fuego, o vida.
Y lo perdimos para siempre.
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