El 22 de julio de 1916 nacía en Lozoya una niña, a la que sus padres llamaron Magdalena García Hernanz. El 22 de julio de 2016, rodeado de sus hijos y de muchos amigos, celebró su centésimo cumpleaños. El agua del arroyo de la Fuensanta y los genes le han dado una buena vida, aunque ahora ande con más dificultad y tenga problemas para oír. Y a podido celebrar esta fiesta junto a su hermana Leonginas, (90), su otra hermana Esperanza (97 años) no se pudo acercar, aunque vive en Madrid. Al día siguiente acudieron sus nietos (los nueve) y sus bisnietos (diez).
Magdalena vive en la casa donde vivió con su marido durante muchos años; su día a día es simple: durante el día está sola en casa, aunque su hermana Leonginas, que vive al lado y su marido Agustín (92) están pendientes de ella; por la noche le acompaña una mujer. Aunque no tiene porque, lava los vasos o se hace la comida cuando le apetece.
Sin embargo, en su casa se maneja con soltura, puede que no corra pero se mueve constantemente de un lado a otro. Unos días antes, del cumpleaños, cuando me acerque a saludarla estaba lavando unos vasos; e inquieta como ella sola, enseguida se levantó para traer unas galletas apoyada en su andador.
En su cocina hablamos, recordando a su marido, Luis, con el que se caso en 1944. Lo conoció en las fiestas. Tuvieron 3 hijos: Luis, Juan José, y Magdalena. Magdalena nos contó que se tuvieron en el edificio del Convento, porque la iglesia estaba arreglándose después de la Guerra. «Lo celebramos en la casa de enfrente allí comimos los mayores, en una casa de al lado que era de una tía mía los solteros, y en la casa de otra tía los niños. Se comió Judias, ternera (la mato mi padre); chocolate…
Uno de sus grandes recuerdos son los toros. Su abuelo llevaba el ganado para las corridas de toros en Pedraza, a pie de Lozoya hasta la localidad segoviana pasando la montaña. Magdalena recordaba los toros, los encierros, las veces que se escaparon por las calles del pueblo. «Las traían desde las Eras. Me recuerdo como de una embestida tiraron a mi abuelo de un carro. en más de una ocasión se han escapado: una señora se tuvo que refugiar en un corral. Otro año se escapo un toro cuando lo iban a meter en los corrales de la plaza y se escapó por las calles, camino de la iglesia. Ese día veníamos de la iglesia y nos metimos donde pudimos unos en la fuente de los Cuatro Caños. Yo llevaba un nieto y nos tuvimos que meter en una casa. Una señora se quedo entre la cortina y la puerta hasta que paso el toro. estuvimos varias horas pendientes porque no lo encontraban, hasta que lo hallaron por Pinilla. Antes teníamos los toros venían buenos toreros como Marcial, Gabriel de la Casa, Bienvenida…»
Ya no puede hacer, como cuando era joven, que acompañaba a su padre hasta Canencia, cada uno en un carro, por el camino que pasa por el puente Canto: ya fuera a llevar paja al ganado o por leña. Ahora se mueve entre su casa y la de su hermana Leonginas, con un andador y en un pequeño patio; no suele ir más allá sola, por el peligro que suponen las bicicletas y los coches.
Los días se le hacen más largos, porque no puede hacer punto o ganchillo por la vista.
Las visitas son constantes. Al día siguiente de su cumpleaños, se reunía con hijos, nietos y bisnietos; pero también, con los hijos de una familia a la que fue a servir a Madrid, antes de casarse. La relación fue tan buena, que décadas después suelen venir a comer con ella, sus patatas con costillas.
Son muchas las cosas que cuenta, pero sobre todo, lo que hay que destacar, es su buena disposición y su mirada que parece decir «si yo te contará»…
Felicidades Magdalena.
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