Fernando Hernández Holgado
Hablábamos en el último Senda de una mujer comprometida con la causa republicana, Juana del Pozo, a propósito de la escasa importancia que tradicionalmente se ha dado a las mujeres en la Historia de la Segunda República y Guerra Civil, siempre tan inclinada a la épica masculina. Hoy hablaremos de su hija, Victorina Rodrigo, actualmente viva, y de sus vivencias como joven republicana de aquel entonces: adolescente en 1931, y formada y fogueada como enfermera durante los escasos pero trascendentales años de la guerra.
En anteriores entregas habíamos visto a Victorina mencionada como amiga y compañera de jóvenes republicanos como Rafael Álvarez y Eugenio Arias. Con el alzamiento de los sublevados en julio de 1936, vemos a Victorina –la hija mayor del alcalde republicano Víctor Rodrigo- trabajando como enfermera del hospital de sangre improvisado en la población. Un dato no muy conocido: hasta la constitución en 1933 del Cuerpo de Enfermeras y de Asistencia Pública, no existía la profesión de «enfermera» tal como la conocemos hoy. La inmensa mayoría de las mujeres que realizaban esos servicios en hospitales eran monjas –generalmente las Paúlas, Hijas de la Caridad- y, desde 1917, las Damas de la Cruz Roja, tradicionalmente procedentes de la aristocracia. No parece que Victorina tuviera algún título, pero el caso es que en julio de 1936 empezó a trabajar como enfermera en el hospital de sangre, entre los miles de mujeres movilizadas en el trabajo de retaguardia. Fue precisamente el compromiso de Victorina con la defensa de la República lo que la convirtió en enfermera y practicanta, actividad que seguiría realizando durante décadas. Contaba veinte años por aquel entonces.
Cuando los primeros combates, Victorina se quedó en Buitrago, con su padre, mientras que a principios de agosto Juana se llevaba a los hijos menores del pueblo. Félix, el hermano mayor, ya había sido movilizado. «Llegaban muchos heridos», recuerda su hermano Víctor, sobre todo el día 5 de noviembre de 1936, «cuando cayó una compañía entera». Eran los momentos más críticos de la defensa de Madrid capital, cuando los milicianos –y las milicianas- detuvieron a las tropas sublevadas en la llamada «Peña del Alemán», a la salida de Buitrago. Ya anciana, Victorina evocaría a Pablo de la Torriente Brau, el brigadista cubano que combatió en la sierra y murió en Majadahonda a finales de 1936. Pablo se había ocupado de la familia Rodrigo en una crónica periodística de octubre de aquel año, con el título «Un alcalde de la revolución». En el reportaje mencionaba a Víctor, a Juana y a Victorina, ésta última de turno de cocina en el hospital, que se refería orgullosa a su padre como «el primer herido de la sierra». Quienquiera el consultar el texto está disponible en Internet con el título Pablo de la Torriente Brau, Cartas y crónicas desde España, edición del centro de estudios cubanos del mismo nombre a cargo de Víctor Casaus, 2002.
Una vez estabilizado el frente de la sierra, Victorina marchó a Hoyo de Manzanares como ayudante en el equipo móvil de cirugía, y continuó trabajando de enfermera durante el resto de la guerra. Sufrimientos aparte, fue mucho lo que aprendió Victorina a lo largo de aquellos años. Como hija mayor de familia numerosa, en una población rural, su destino social era esencialmente el doméstico: estudios primarios -los justos- y el cuidado de la casa y de la familia. Si la República significó la canalización de sus inquietudes culturales y su iniciación en política, los años de la guerra lo trastocaron todo. Le dieron una profesión que la proyectó en la esfera pública, más allá del ámbito del hogar; aprendió cosas que una joven de su edad nunca habría podido aprender en una población rural; y adquirió una experiencia personal y profesional que la hizo crecer como mujer y como persona. Y no fue solamente ella. Fueron muchas las mujeres del ámbito urbano y del rural las que, con la movilización en defensa de la República, se formaron cultura y políticamente. Mujeres cuya actividad había estado limitada hasta entonces al ámbito familiar saltaron a la esfera pública mediante el trabajo en la retaguardia: en hospitales, talleres textiles, comedores, locales políticos, alcaldías…Se emanciparon, en suma, del destino de género al que tradicionalmente estaban condenadas. La historia que siguió después de 1939 fue bien diferente. Porque no solo los soldados –varones- perdieron la guerra. También las mujeres, por muy excluidas que estén del relato bélico.
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En el solar actualmente ocupado por el local de la fotografía, en la calle del Arco, se levantaba el hospital de sangre de Buitrago durante la guerra (Foto Inmaculada de Andrés).
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