Rosa Ortega Serrano
Juan se encontraba de pie, junto a la ventana de la cocina, observaba los campos de trigo que rodeaban su pueblo. Era un día como otro cualquiera, pero también el último. Te escribiré cada semana, prometió a su madre a modo de mutua consolación. Ya lo sé hijo, contesto doña Carmen. Juan fue uno de los muchos, de los miles de migrantes españoles que en los 60 y 70 probaron suerte en Suiza, Alemania o Francia. Desarraigo, tristeza, discriminación, hambre, fueron algunas de las cosas que sufrió Juan y muchos de sus compatriotas, casi todos por necesidad, los menos por aventura. A todos ellos les estamos agradecidos no solo por sus divisas, sino porque nos acercaban un universo democrático frente a la dictadura y su barbarie.
Año 2024. Niño marroquí de 17 años que vive en un pueblo cercano a Tetuán. Trabaja en la tapicería de su padre y sobrevive sin expectativas de mejora social. Cada verano ve cómo sus primos belgas llegan al pueblo con un coche, un poco antiguo pero grande y aparentan una vida de lujo y dispendio. Un día Ahmed decide ponerse un traje de neopreno y con dos amigos, se lanza al mar. Ceuta es una estación de paso “queremos llegar a la península”.
Juan, que ya murió (seguramente en España) y Ahmed que es un niño bueno y trabajador, que solo persigue el absurdo sueño europeo, son migrantes ilegales. Pero, ¿cómo sabemos que son migrantes y además ilegales? Pues depende: para la policía marroquí por la negrura de su piel; para los policías de Senegal por cómo se agrupan en las playas; para la policía española por todo lo anterior y mucho más; para la policía alemana de los años 70, ni idea. Algunas de estas personas que llegan a las costas españolas o griegas serán repatriadas, otras obtendrán el estatus de refugiados. Muchas de ellas reciben atención médica, son identificadas, registradas y acogidas en un centro de atención temporal para extranjeros. Al final de este proceso de cuidados médicos y tutoría administrativa, en un camino no exento de humillación, dependencia e incertidumbre serán repatriados, acogidos o permanecerán ocultos en la economía sumergida de un país europeo.
Atrás queda la conciencia democrática europea, los derechos humanos universales, la ética del cuidado, la riqueza cultural resultante de la diversidad, el intercambio de divisas, el rejuvenecimiento de la población, el derecho a migrar, el derecho a vivir. No es solo una cuestión de fronteras, apenas hay en Europa, es una cuestión de muros. No conozco a nadie al que le guste contratar a una persona para cuidar a sus padres que haya tenido que saltar un muro para llegar a España o a Grecia. Tampoco nos gusta pensar en el Mediterráneo como un gran cementerio humano. Qué pretendemos entonces con esa actitud de cerrar puertas construir muros, seleccionar migrantes. ¿Hacia dónde vamos, de dónde venimos y sobre todo cuántos somos?
“ En los últimos años, España ha recibido alrededor de 300,000 a 400,000 inmigrantes legales al año, aunque este número puede fluctuar dependiendo de la situación económica y las políticas migratorias. Estos inmigrantes llegan a través de vías como reagrupación familiar, estudios, trabajo o asilo. La llegada de inmigrantes de manera irregular varía considerablemente año tras año. En los últimos años, se estima que entre 20,000 y 40,000 inmigrantes llegan a España de forma irregular cada año. Estas cifras incluyen personas que llegan en pateras, saltan las vallas fronterizas en Ceuta y Melilla, o entran de otras maneras no autorizadas.”
No parece una invasión del territorio español, frente a los millares de turistas que nos visitan cada año, tampoco hay manifestaciones por la llegada de migrantes como las protestas de las ultimas semanas ocurridas en Málaga y Mallorca reclamando la regularización del turismo en sus ciudades.
León Felipe fue un poeta cuya obra estuvo marcada por la guerra y el exilio. Su poesía es una mezcla de dolor, rabia y resistencia.
¡QUÉ LASTIMA!
Qué lástima
que yo no tenga una casa
para que tú vivas.
Una casa en la que el día y la noche se reconozcan
por el color de las paredes y por el canto del gallo
que anuncia siempre la aurora.
Qué lástima
que yo no tenga una casa
para que tú vivas.
Una casa en la que sepas el sitio exacto
del pan, del agua y de la sal.
Y una cama en que nazca y muera todos los días
y un pesebre en que nazca el Niño Dios.
Qué lástima
que yo no tenga una casa para que tú vivas.”
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