Rafael de Frutos Brun
La historia sucedió en Montejo hace 80 años pero podía haber sucedido en cualquier parte con resultados similares.
El resumen de la misma podría ser: «Yo te ayudo a ti, porque puedo, y me quedo feliz.»
Pero a ti que te han ayudado, te ha caído una semilla en tu huertecillo interior y como tiene tempero y buena tierra empieza a germinar y un día brota justo cuando aquella persona que te ayudó a ti hace algún tiempo necesita lo mismo que tu necesitaste al recibir su ayuda.
Eso les pasó a nuestros protagonistas. En el año 1932 al pueblo llegó un sacerdote joven que había sido ordenado el año anterior, para ejercer su ministerio.
Nacido en un pequeño pueblo de Guadalajara hijo de Ambrosio, maestro nacional y Antonia. Tal vez por el motivo de ser de pueblo y por su espíritu campechano y aunque cada uno a lo suyo poco a poco van conociendo al cura, rápidamente se integra en el pueblo. Unos vecinos se acercan más, otros menos; vamos, lo normal. Y así transcurre el tiempo.
Hacia el verano de 1936, los aires que se respiraban no eran de los más limpios y un miembro de una familia con hijos de la edad del cura y con ideas contrarias al mismo, se acercó a la casa del presbítero y le comentó que era muy interesante que esa misma noche y muy rápido pusiera tierra de por medio porque corría peligro y había que evitar que le pusieran «tierra encima».
El sacerdote inmediatamente se marchó del pueblo. Con pequeños altibajos, la vida siguió en el mismo.
A los pocos meses llegaron tropas que se establecieron allí y con ellas un teniente «páter», doctor en Derecho Canónico, para consuelo de alma y mente de las mismas y eventualmente, de los vecinos del pueblo.
Como por la zona parece que la tormenta amaina y deja de ser tan fuerte, el cura que había puesto tierra de por medio volvió al pueblo para ejercer su ministerio hasta finales de 1939.
A partir de ese momento fue enviado a Colmenar Viejo y a otros pueblos de la diócesis de Madrid hasta desembarcar con en el seminario donde fue profesor y formador de seminaristas acabando como Rector del mismo. En febrero de 1951 fue nombrado Obispo Auxiliar de la diócesis de Madrid y en el 1965 Obispo Titular de la diócesis de Teruel.
Pero volvamos años atrás. ¿Qué pasó con aquel hombre que le dijo al curita joven lo que debía hacer aquella noche? Pues que vivía en el vecino país francés. Lo exigía el guion. Su salud podía «correr peligro». Su mujer y sus dos niñas pequeñas, vivían en el pueblo.
Enterado aquel curita que ya era obispo de la situación, tocó «algunos hilos» y hablando con amigos y conocidos «desenredóla madeja» haciendo que Francisco pudiera volver al pueblo.
No sabemos cómo ni porqué, pero parece que el favor hecho antaño se repetía inversamente. Aquel mozo ya hombre volvió al pueblo, se reencontró con su familia y pudo disfrutar de la misma en la tierra que le vio nacer.
En la vida hay mucha gente que observa estas palabras:
«Haz bien y no mires a quién»
Juan obispo, enterrado en una capilla de la Catedral de Teruel.
Francisco «Paquito» enterrado en Montejo.
Descansen los dos en Paz.
Rafael de Frutos Brun
Montejo de la Sierra 2024.
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