Rosa Ortega Serrano
Acabamos el curso. Tal vez el curso de la vida o solo estos meses de esfuerzo, cansancio, productividad, aprendizaje. Es el momento del año en el que todos merecemos descansar, incluso del ocio. En año nuevo nos comprometemos con nosotros mismos para cambiar el mundo, cuando llega el calor solo necesitamos dejar de pensar, quedarnos quietos, respirar. Acaban los días hábiles, los jóvenes con trabajo seguirán este verano persiguiendo la hazaña del hombre moderno: cotizar cuarenta años hasta la jubilación. El resto de la población solo quiere vacaciones. Elegimos entre el turismo rural, las escapadas culturales, el activismo corporal (senderismo, ciclismo, deportes acuáticos) o la creatividad monetaria: “tanto tengo para gastar, tan lejos que me voy”. A nuestra conciencia informativa llamarán los habitantes de Tenerife, Málaga, San Sebastián, Barcelona. Nos hacen llegar las protestas ciudadanas por la colonización turística de sus calles, playas, bosques, casas y cuartos de baño. Piden que cambien las reglas del juego, la masificación turística empeora las condiciones de vida de los residentes, pero la economía de los residentes (es decir la forma de vida) está basada en los pisos turísticos, la llegada de cruceros y los coches de alquiler. ¿Cómo hemos llegado a esto? Busquemos primero en la costumbre, más tarde en la política.
En nuestra sierra no cabe un alfiler, agotadas las casas para vacaciones, tendremos que habilitar literas para albergar familias que huyen del calor extremo, que hoy a 21 de junio no acaba de llegar. Leo en Senda Norte que actualmente viven solas en la región más de 260.000 personas, un 23,3% del total de la población de 65 años o más. Seguro que un porcentaje muy alto de esa cantidad viven en pueblos de nuestro entorno. Casas vacías con ancianas solitarias que huyen del turismo, pero agradecerían un poco más de marcha cotidiana. Y vivan las contradicciones. Buscamos el sentido de la vida en lo efímero: el consumo y las vacaciones. Ambas caras de la misma moneda, cada día hay que trabajar más para consumir lo mismo. Expresado en lenguaje filosófico y siguiendo la estela de Séneca:” La vida se divide en tres tiempos: el que fue, el que es y el que será. De ellos, el que vivimos es breve, el que viviremos dudoso, y el que hemos vivido inamovible.” Reflexionemos, pues, en este tiempo vacacional. Sentémonos debajo de una higuera y pensemos. La naturaleza nos dio un ánimo curioso y aunque en duermevela, recordemos que en la comunidad de Madrid cada curso se reducen unidades en la educación pública, que la sanidad (pública) sigue en estado líquido, que continúa la masacre en Gaza, que el pueblo ucraniano no se merece seguir en guerra, que los intereses de Putin, Netanyahu, Macron, Trump, nunca serán los nuestros. Aun así, siempre nos quedará la poesía: Esta vez un poema de amor de una jovencísima poeta española, Sara Búho.
ALGORITMO
El algoritmo sabe que te quiero
Y juega a traerme tu presencia
En este nuevo plano donde existimos
De una forma algo extraña:
Sin miradas,
Sin piel,
Sin memoria,
Sin latidos
Ni respiración.
En la superficie
No hago pie,
Me hundo.
Te veo en todas partes
Sobre todo, en los lugares
En los que no estás.
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