Rosa Ortega Serrano
Esta semana han cerrado la escuela de Garganta, no quedaban niños. Los últimos meses estaba habitada por un escolar y unos cuantos maestros que iban y venían intentando ser uno y muchos para hacer grupo.
Las razones para abrir una escuela están cargadas de alegría, de actividad y de futuro. Puro optimismo: muchas madres (ellas siempre colaboraron más) tejiendo cortinas, forrando colchonetas y turnándose para encender la estufa. Grandes expectativas de un futuro mejor, los niños y niñas se quedarán en el pueblo y le darán vida (ya hace mucho que padecemos el despoblamiento de la llamada España vaciada). Pasó; muchos de los niños y niñas que habitaron esa escuela se quedaron a vivir en el pueblo, pero ahora nuevos colegios, altas expectativas de crianza o simplemente más comodidad y servicios, hacen que no queden alumnos en la escuela.
No hay lugar para la tristeza, pero si para la añoranza. Nos queda el edificio, una escuela construida en los años cincuenta del siglo pasado (pudo ser antes) que conserva en su fachada el símbolo de la dictadura franquista. Tiene muros anchos y firmes, ventanas de luces que iluminan las mentes, muebles adaptados a la altura de sus “usuarios” y buenos libros. En sus aulas se percibe la dedicación acumulada de muchas maestras (casi siempre también son mujeres) que han ido llenando el espacio de cuidados y saberes.
En esta escuela aprendieron mis hijos y los de mi vecina y el de mi otra vecina y el marido de la vecina de la calle de al lado y el de enfrente y también mi vecina. Buena parte de las buenas gentes de este pueblo se formaron en ella y de ahí al mundo a buscarse la vida con las estrategias aprendidas y las que habrían de aprender.
La escuela ha cumplido, parece que sus exalumnos son personas sanas de mente y aptas para rendir tributo al orden social.
¿Qué ha pasado? ¿Por qué se cierra una escuela con un edificio tan esplendido, que forma parte de un CRA, que está plenamente dotada de material y con un posible equipo de profesores en activo?
Ya he hablado de la despoblación, de intereses y necesidades diversas. Tengo mis dudas con respecto al empeño de la administración educativa por mantener abiertos este tipo de centros que en ocasiones y depende de la gestión de sus equipos puede dar lugar a que el alumnado crezca y se eduque en un entorno cercano, familiar y culturalmente más crítico. Merece la pena dedicar unos minutos a reflexionar sobre la importancia de tener una escuela en nuestro pueblo.
Sin duda, es imposible recuperar esas familias de tres generaciones (los hijos ahora más que nunca vuelan por el mundo) pero sí que se pueden buscar los medios para formar comunidades de tres generaciones. La mezcla de grupos de edades diferentes nos ayuda a vivir.
Este mes me he dedicado a soñar con un mundo mejor, seguimos en noviembre y repito poeta y poema (publicado en noviembre del año 2021): TONINO GUERRA. Esta vez es el CANTO DECIMOPRIMERO
“Hace dos días, era el primer domingo de noviembre,
Había una niebla que se podía cortar con el cuchillo.
Los árboles estaban blancos de escarcha y las calles y los campos
Parecían cubiertos de sábanas. Pero luego salió el sol
Y seco el universo y solamente las sombras
Permanecieron mojadas.
Pinela el campesino estaba atando las parras
Con espartos que llevaba sujetos a la oreja.
Mientras él trabajaba yo le hablaba de la ciudad,
De mi vida que ha durado un parpadeo
Y del miedo que me da la muerte.
Entonces, de repente, cesaron los ruidos que hacía con las manos
Y oímos un gorrioncillo que cantaba a lo lejos.
Y me dijo: miedo ¿por qué? La muerte no es aburrida,
Viene solo una vez.”
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