40 años… lo son todo

Aniversario de la Creación de la Biblioteca Pública de Bustarviejo

Puede que Carlos Gardel tuviera razón al cantar que veinte años son nada cuando se vuelve al primer amor, pero en la vida de la gente veinte años, por deprisa que corran o insulsos que sean, valen mucho más que un soplo. ¡No digamos si los años contados ascienden a cuarenta! Mucho tiempo también, desde luego, en la historia de las instituciones, que no siempre tienen la oportunidad de durar tanto. Por eso estamos de enhorabuena y celebramos que la Biblioteca de Bustarviejo alcance en estas fechas cuatro décadas de existencia. Y desde la atalaya de la conmemoración hacemos balance y miramos atrás para recordar de dónde venimos, aunque solo sea para comprender la magnitud del lugar que ocupa hoy en nuestra Villa esta entidad municipal y atisbar mejor el futuro al que nos dirigimos. Vamos al principio.

La Biblioteca y su bibliotecario nacieron juntos un día de verano del año 1982. Yo sabía que emprendía un viaje, quizás el más importante de mi vida hasta aquel momento. Lo sabía por la emoción que me latía, la ilusión que se desplegaba y el firme deseo que me guiaba. En ese verano germinaron por fin en nuestro pueblo las semillas que se habían ido lanzando a voleo tiempo atrás, desde la época de la Segunda República, pasando por el Centro Social de la Parroquia o el pequeño centro de lectura de la Asociación Cultural El Bustar, creado este último, nada más recuperar España la Democracia, con el único fin de reclamar con insistencia la biblioteca municipal en la que un grupo de soñadores cifraba el porvenir de Bustarviejo en aquella hora inaugural y colmada de ilusiones.

Eran lugares de lectura y aprendizaje, de ocio y –quizá sobre todo– de apertura a otras realidades, las de un mundo nuevo que asomaba poco a poco ante las gentes de una España rural atrasada y en nuestro caso marginal por partida doble: por rural y por estar confinada en unas montañas que parecían apartadas sin remedio del bienestar y la cultura. Lugares construidos con tesón y confianza en un futuro posible, en los que no faltaron los libros que la gente iba llevando de sus casas para ponerlos en las estanterías de maderas viejas armadas a golpe de martillo y clavo por los paisanos más diestros. Poca era entonces la gente que tenía alguna relación con la lectura, pero los vientos de cambio que soplaban a favor de la palabra dejaron sobre los campos, entre surcos, tapias y cirates, una finísima lluvia de ideas y conocimientos que fue empapando a los hijos de aquellos sufridos campesinos cuyo mundo desaparecía devorado por otro que llegaba con fuerza, imparable. Comenzaba la transformación profunda de Bustarviejo, y era preciso aprestarse para el cambio cuanto antes.

Aquel esfuerzo de generaciones, sostenido a despecho de dificultades y reveses, fue cuajando hasta llegar al cabo de los años, en ese verano de los ochenta, a brotar con el vigor y la tenacidad de las plantas cuyas raíces logran por fin abrirse camino entre las rocas del subsuelo, y así nació nuestra Biblioteca como parte de un Ayuntamiento en expansión que fue mejorándola y ampliándola para atender las necesidades en aumento de un vecindario que también se renovaba y crecía con gentes nuevas, deseosas de aportar su granito de arena a la empresa común que siempre es un pueblo, enriquecido ahora con una diversidad inimaginable hace noventa años, cuando se dieron los primeros pasos.

Crecían las necesidades y crecían los lectores, y poco a poco los libros, las historias, los recitales, las lecturas teatrales, las maletas viajeras, las presentaciones, las exposiciones… la Palabra, en suma, se fue añadiendo al alimento cotidiano. “Yo, si tuviera hambre, pediría medio pan y un libro”, nos dijo Federico García Lorca al inaugurar la biblioteca de su pueblo natal.

La de Bustarviejo ha ido cumpliendo años con la fiesta luminosa de los libros, pero también con ese trabajo invisible y silencioso que consiste en recoger y clasificar de forma meticulosa y lenta –tan lenta como el pasar de los días– las fotografías, los carteles o los papeles publicitarios de todo tipo que nutren las distintas colecciones y llenan de color por dentro sus grises muros. Testimonios imprescindibles del quehacer cotidiano y aportaciones valiosas, sin la menor duda, a nuestro patrimonio cultural y a nuestra historia viva, que empezaremos a mostrar por fin durante el año de celebración que iniciamos ahora. Me parece un buen homenaje a quienes hacen Bustarviejo día a día.

La última por ahora de tantas transformaciones ha sido la inclusión de nuestra humilde Biblioteca en la potente red bibliotecaria de la Comunidad de Madrid, que pone al alcance de la mano una cantidad y variedad de recursos como nunca pudimos soñar. Nos adaptamos sin cesar para seguir abriendo puertas al desarrollo de esta vieja Villa serrana, cada vez más integrada en el complejo mundo que nos ha tocado en suerte, sin renunciar por eso a lo que consideramos más propio. Así culmina un largo periplo que marca un verdadero cambio de época. En la Biblioteca he sido testigo privilegiado del paso del tiempo y ahora, cuando vienen los hombres y mujeres que conocí de niños en ella, y vuelven trayendo de la mano a otros niños y niñas, que son sus hijos, siento que un círculo del tiempo se va cerrando para que se abra el siguiente. Sin nostalgia ni melancolía, porque la emoción que me produce esa imagen es el mejor regalo al que puede aspirar un viejo bibliotecario.

Termino este repaso personal con otras palabras de García Lorca: “Tengo un deber de gratitud con este hermoso pueblo donde nací y donde transcurrió mi dichosa niñez…”. Yo también lo tengo, porque ser el bibliotecario de Bustarviejo me ha permitido conoceros, acompañaros a trechos en vuestra travesía vital e incluso compartir a veces alegrías y sinsabores. Y hacerlo, además, contemplando cada día nuestro Mondalindo para seguir soñando con los tesoros encantados que oculta. Ya puedo decir que he descubierto unos cuantos, quizá los más valiosos… Son las enormes ventajas de trabajar en una biblioteca “familiar”, y un honor inmenso al que intento corresponder con estos recuerdos y reflexiones que nacen muy adentro.

Nada más. Ahora, a disfrutar de la celebración. A saborear sin prisa el resultado de los cuarenta años transcurridos y a coger aire para los que vienen, porque esta hermosa historia continúa: tanto como queráis. ¡Ojalá algún día, en un futuro lejano, se vean estas décadas como el primer paso en un camino largo y provechoso!

Como siempre, aquí tenéis vuestra casa. Un fuerte abrazo y, como decían los antiguos, salud y paz.

Francisco Martín Baonza

Bustarviejo, julio de 2022

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