Rosa Ortega Serrano
“La memoria es el registro que dejan en nuestro cerebro nuestras experiencias personales”. La Navidad es una experiencia más, pero socialmente admitida como definitiva. Tenemos que disfrutarla, llorarla o consumirla. La indiferencia navideña es para los frikis del rebaño que puedan escapar a los territorios cálidos de la realidad, véase Canarias. Y a todo esto siguen los pastorcillos camino de Belén cantando con alegría, después de 2000 y pico años de pasar hambre y cuidar un rebaño de plástico.
Respetando creencias y admitiendo dudas eternas, recuerdo los versos apócrifos de un poeta argentino: “No exageres el culto de la verdad; no hay hombre que, al cabo de un día, no haya mentido con razón muchas veces”. ¡Vivamos con alegría la parte de encuentro familiar! (si el covid lo permite) y dejemos a un lado la verdad histórica y el miedo a envejecer. Miremos la Navidad como podamos, pero concedámonos unos minutos de silencio. Aconsejan no quitarse la mascarilla y mantener una distancia de cierta seguridad. Los abrazos en diferido y con delicadeza, antes de avanzar preguntad a todos si están vacunados, cuántas dosis y si notan ya que su cuerpo solo obedece a un ser malvado que nos ha introducido millones de microchips. Huid de los no vacunados porque ellos se consideran seres libres. Vamos que, si os dejan, respetad a todo el mundo, pero besad solo a los que tengan certificado covid. Los ojos pueden ser para hablar y la boca para callar.
Huid de los que os dicen lo que tenéis que hacer y tomad los polvorones de dos en dos.
Me da pena porque hoy quería hacer un canto al amor fraternal que inspira la Navidad y me sale la vena más desagradable y cínica. Estúpida criatura que no aprendiste a valorar los pastorcillos, el portal y el resto de los símbolos religiosos que acompañan la Navidad. No pasa nada, aun me sigue enterneciendo la misa del gallo, el caganer, la sopa de almendras que hace mi cuñada y el Plácido de Berlanga.
Me gustan las vacaciones, la alegría de los que van de fiesta y el afán acaparador de los niños por todos los juguetes que salen en la tele. Me gusta celebrar y me gustan las reuniones para comer y bailar. Pero me interesa más el año nuevo porque es moderno, te traslada al futuro y sobre todo porque es impredecible. ¿Quién se hubiera atrevido el día 31 de diciembre a vaticinar una nevada como Filomena, la erupción de un volcán en la Palma o el mismísimo asalto al Capitolio el día 6 de enero? Este año y gracias al trabajo de los investigadores fue la ciencia la que nos trajo el mejor de los regalos. Ya vamos por la tercera dosis, la sexta ola y una variante llamada ómicron que es más veloz que Leónidas de Rodas. Para el próximo año yo pediría a sus mágicas majestades (no nos confundamos), un poco más de tolerancia, vacunas para todo el mundo y que se acuerden de los sanitarios que siguen teniendo mucho trabajo y pocos recursos.
El poema es de Cristina Peri Rossi, Premio Cervantes 2021 y se llama MENSAJES
Se escribe
Como se lanza botella al mar:
Soñando con una playa
Un lector, una lectora
Pero cuando por azar de los vientos
Y la conjunción errática de las mareas
La botella navegante llega a la orilla
Y alguien la recoge
-lee el mensaje-
Hay que confesar: quién envió el mensaje
Está ya en otra cosa.
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