Rosa Ortega Serrano
Este virus maldito y persistente, nos ha regalado vecinos a los que no esperábamos. Hicimos muchas conjeturas sobre los cambios que nos traería la pandemia. En conversaciones y periódicos se hablaba en términos de “buenrollismo”: seremos más tolerantes, más amigos de nuestros amigos, menos consumidores y sobre todo más solidarios en el reparto del trabajo y del dinero. No ha sido así y con la ansiada normalidad volvemos con ferocidad al consumo y al ocio, andamos descabezados con un resto de virus, mucho paro, trabajadores todavía en ERTE y con los deberes sobre el cambio climático sin hacer.
Con todo esto en nuestras conciencias, volvemos la mirada a nuestro pueblo. Después del confinamiento vinieron mujeres, hombres y niños buscando espacio, árboles, naturaleza, no querían volver a vivir confinados en 80 o 100 metros cuadrados, ¡nosotros haríamos lo mismo, pensamos! En realidad, son pequeñas migraciones que pueden crear tendencia y acabar equilibrando la distribución de la población. De momento les acogimos y disfrutamos, con el ánimo de la integración y el mestizaje, porque lejos de aquella mirada torva y suspicaz que lucían hace treinta años aquellos que consideraban el pueblo como su feudo, la mayor parte de los habitantes de la sierra acogen ahora a sus nuevos vecinos con generosidad y simpatía.
Pero también está el esfuerzo de los otros, aquellos que llegan nuevos y con un paternalismo trasnochado pretenden trasladar la ciudad al pueblo. Se olvidan de que en los pueblos las rutinas organizan la vida y las campanas marcan los tiempos. Hay vacas, ovejas, cabras, casas, frio y pocos lugares comunes, además de los bares donde cobijarse.
“CUANDO EN OTOÑO ESTABAN/LOS ÁRBOLES DESNUDOS/LLEGÓ UNA TARDE UNA NUBE/DE PÁJAROS CANSADISIMOS/SE POSARON EN LAS RAMAS/Y PARECÍA QUE HUBIESEN/REGRESADO LAS HOJAS/A TEMBLAR CON EL VIENTO”, que decía el poeta. Aburrimiento, silencio, persecución de un paseante perdido una tarde de invierno para charlar con él o con ella. Todo esto sin añoranza del ruido de la actividad, sin deseo de centros culturales modelo urbano, solo con la familia, algún amigo, el campo, el atardecer, la luna, mucho oxigeno, silencio… ¿Parece poco?
Por supuesto que primero habrá que madrugar, trabajar, cumplir, pero en esta sociedad del rendimiento que padecemos, en la ciudad la vida se ha convertido en supervivencia y en los pueblos, después del trabajo nos queda la parte bella, o sea la contemplación. ¡CUIDEMOSLA!
CANTO SEGUNDO
Esta mañana, nada más salir al jardín,
ya me parecía haberme dejado algo en casa.
Dos pasos hasta el albaricoquero
y vuelta a entrar.
Ahora que ya no tengo nada que hacer
estoy sentado frente a la ventana
y me pregunto: ¿quieres esto? ¿quieres lo otro?
He quemado las páginas de los libros, los calendarios,
los mapas. Para mí, América
ya no existe. Australia nada,
la China es un olor,
Rusia es una telaraña blanca
y África un vaso de agua que soñé.
Desde hace dos o tres días voy detrás de Pinela, el campesino,
que va buscando la miel de las abejas silvestres.
Los poemas son de Tonino Guerra, poeta y guionista italiano, que nació en 1923 y murió en 2012.
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