José de Villamisar
Desde PEÑALABRA
Desde que la mujer existe, comienza también la controversia sobre el aborto, y desde entonces hasta hoy en día, debatimos sobre aborto sí o aborto no.
Ya en la antigua Roma, el aborto estaba permitido, pues el derecho romano no consideraba al «no nacido» como persona.
En Grecia, se empleaba el aborto para regular la población. Platón recomendaba abortar a las mujeres mayores de cuarenta años, y Aristóteles aconsejaba que lo hicieran para limitar el tamaño de la familia.
La iglesia católica ha afirmado desde sus inicios que el feto debe ser considerado como persona y por lo tanto condenaba el aborto, aunque Santo Tomas y San Agustín afirmaban que el embrión no tenía alma hasta que asumía forma humana.
En la Edad Media, había mujeres que decidían no seguir con la gestación y preferían abortar. Se consideraba homicidio y podían ser castigadas con penas de exilio o incluso de muerte. Existían numerosos tratados médicos que ofrecían muchas recetas para llevar a cabo el aborto.
En estos tiempos en que, proliferan cada día, asociaciones que defienden con gran ahínco el derecho a la vida de los animales, ¿cómo vamos a negar el derecho a la vida de un ser humano, aunque no hubiese nacido?.
Estos días en que tanto se habla del aborto, con opiniones muchas veces contradictorias entre diputados y líderes políticos, sobre la controvertida ley de Gallardón, aparece la afirmación del Presidente de Ecuador, un hombre socialista de izquierdas, digo socialista de izquierda, porque abundan mucho en nuestro país, los «socialistas de derechas», les decía el Presidente de Ecuador a los miembros de la ONU, que él defendía la vida del no nacido y que el aborto es un crimen.
Tanto a Rajoy Como a Rubalcaba, el «no nacido», les importa un pito. Lo que realmente les importa es la cantidad de votos que se juegan defendiendo una u otra postura. Gallardón, hace muy bien en defender su ley, porque lo prometieron en su programa electoral, y se lo exige una parte muy radical de sus votantes.
Rbalcaba, también hace muy bien en defender lo contrario, porque se proclaman los abanderados del «progreso» y tanto la ley del aborto como la del «seudo-matrimonio» entre dos hombres o dos mujeres les dieron también muchos votos.
Vivimos por tanto, en una sociedad de «fariseos» en ésta materia, unos quieren imponer su moral a otros, amparándose en las leyes divinas, como el quinto mandamiento de la Ley de Dios, que prohíbe matar, mientras que a los otros no les importa la excomunión y defienden el derecho de la mujer a decidir sobre la materia.
Son todos los jefes de la Iglesia Católica los que levantan la voz constantemente defendiendo el derecho a la vida del no nacido. La Iglesia, al igual que los políticos, es una institución que también busca el Poder, un poder distinto al político, pero quizá más ambicioso que éste, en la medida en que pretende la aceptación voluntaria de los fieles a la autoridad de su jerarquía, y los instrumentos más eficaces para conservar el Poder son entre otros el «miedo», miedo que infunden a los fieles bajo la constante amenaza de la «condena eterna».
La Iglesia, a diferencia de como lo hacen con el aborto, no son tan activos a la hora de condenar hechos espantosos como los ocurridos recientemente en Ceuta, en donde perdieron la vida seres humanos, «ya nacidos», por el mero hecho de querer escapar del hambre, la miseria y la injusticia. Tardó mucho tiempo en reaccionar ante tal drama el Secretario General y portavoz de la Conferencia Episcopal española, que despachó el tema con un breve comentario diciendo que: «el drama de Ceuta debe «espolear» la conciencia europea y de la comunidad cristiana de forma especial».¡Qué diferencia Sr. Gil Tamayo, a la hora de defender el derecho a la vida….¡
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