Las currucas son un grupo de aves pertenecientes a la cuenca mediterránea, la mayoría estivales en nuestro país, que se caracterizan por su carácter sigiloso y a las que localizaremos normalmente en arbustos. En nuestra comarca podemos avistar una amplia representación de ellas. Ya escribí hace tiempo sobre la zarcera; en esta ocasión la especie elegida es la Curruca carrasqueña (Sylvia cantillans), que llega a la Sierra Norte a final de marzo o principio de abril. Realiza la migración desde la franja subsahariana, siendo un ave pequeña, de tan solo 12 cms. de longitud y escasos 20 de envergadura. Su peso es de unos 11 gramos. Los machos llegan entre diez-quince días antes que las hembras y enseguida establecen su territorio y comienzan la construcción del nido, realizando la estructura sin forrarlo por la parte interior. Cuando llegan las hembras el proceso se acelera, los machos se muestran mucho más activos para realizar este “prenido” que, les dará más posibilidades de que alguna se establezca en su territorio, consolidando la pareja. Esto sucede sobre mediados de abril, momento en el cual revisten el cuenco con hierba fina, plumas y pelo.
Para identificarla lo normal será que antes la escuchemos para poder localizarla. El canto se compone de varias estrofas, alternando notas ásperas y dulces. El reclamo es un “tec-tec-tec”, seco y breve. Realiza pequeños vuelos entre los arbustos y es inquieta, cambia rápidamente de lugar. Además suele estar en el follaje de las plantas, en su interior. Con paciencia lo conseguiremos y entonces veremos en nuestros prismáticos un pájaro pequeño pero muy colorido, cuya zona dorsal es gris pizarra y la ventral de color rojizo, de colores más acentuados en los machos que en las hembras. Éstas en la parte superior son más bien pardas y en la inferior rosadas. En su cabeza llama la atención el anillo ocular rojizo con iris castaño y, además una raya blanca a modo de bigotera. El pico es azul pizarra y las patas de color claro. Asimismo, las plumas rectrices exteriores son de color blanco. Su cola apunta hacia arriba, sobre todo cuando está excitada, y la despliega a la vez que emite un “tchek-tchek” de alarma. Es una especie muy parecida a otra curruca que frecuenta el mismo hábitat, la rabilarga; a la hora de diferenciarlas la cola de la carrasqueña es significativamente más corta y sus movimientos son más lentos.
Se distribuye por los países mediterráneos y en el nuestro ocupa toda la península, exceptuando la franja cantábrica y zonas del interior peninsular pertenecientes a La Mancha, Andalucía occidental, sur de Extremadura y Levante. Cría en las Baleares y está ausente en Canarias como reproductora. Sus hábitats predilectos son los bosques abiertos de encinas, quejigos, madroños,…, con grandes claros en los que predominan los jarales, brezales, retamares, tojares, etc. En pinares y sabinares puede instalarse también, siempre que exista una buena cobertura arbustiva. Su alimentación es básicamente insectívora, dípteros como moscas y mosquitos, arañas, hormigas y las larvas de todos ellos. Acompañan la dieta en verano y otoño con semillas de plantas herbáceas y frutos como lentiscos, moras, etc.
Continuando con la reproducción, concluirán la construcción del nido (que situarán en el interior de un arbusto) a la vez que suceden las cópulas; tras ello la hembra pondrá de tres a cinco huevos que incubará, con algún relevo del macho, durante 11-12 días. Los pollos serán cuidados y alimentados por ambos progenitores, llegando a volar a los doce días. Llegado este momento es el padre el que se encarga de ellos, mientras que la madre efectuará una segunda puesta a partir de primeros de junio.
Sus poblaciones se mantienen estables o en ligero aumento, no se encuentra amenazada. Su facilidad para ocupar diversos hábitats la hace fácilmente adaptable. La única preocupación, como en otras especies estivales, es la sequía y desertización de sus zonas de invernada. Está clasificada como “De interés especial” en el Catálogo Nacional de Especies Amenazadas. Esperemos que las currucas carrasqueñas, como otras currucas, sigan existiendo siempre. Son aves muy particulares y constituyen en sí mismas un grupo, lo cual les confiere bastante valor ecológico.
Miguel Ángel Granado
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