EL PAULAR DE LUTO

El Monasterio de El Paular está de luto porque un benedictino que rezaba dentro de sus claustros acaba de morir.
Era la hora de maitines, en el canto de su salmo preferido, cuando el hermano Agustín Hernández, un monje que vivía, trabajaba y arreglaba todo lo que se rompía en el convento, inició el tránsito al encuentro definitivo con el Señor.
A sus 89 años, recién estrenados, el hermano Agustín poseía una fina ironía y atractiva inocencia que cautivaba con facilidad, sobre todo, si atendías a los relatos de su servicio militar, cumplido en Chauen (Marruecos).
El hermano Agustín vino al mundo en la localidad salmantina de Villar de Samaniego aunque la llegada a su verdadera casa fue en 1958 al culminar su vocación monástica profesando en El Paular.
La antigua quesería, la afamada licorería, la espléndida granja y últimamente, la generosa huerta del Monasterio cobijaron sus faenas preferidas antes de que la muerte portando la guadaña, su herramienta preferida y compañera de muchas labores, le visitara en su celda una fría mañana de febrero.
El tiempo al pasar cicatrizará el dolor que la muerte del hermano Agustín ha provocado a quienes le acompañamos en su ciclo final en el que un progresivo Alzheimer aconsejaba una atención más cercana, especialmente por parte de su comunidad, que se ha desvivido en endulzar su agonía, y de sus hermanas Engracia, Genara, Felicidad y sor Margarita, monja benedictina, que tienen motivos suficientes para combatir su tristeza recordando las virtudes de un monje benedictino que en 1958 halló en El Paular el lugar idóneo para entregarse total y desinteresadamente al servicio de Dios y sus hermanos.
Descansa en paz hermano Agustín sabiendo que en los claustros de El Paular siempre resonará la oración de tus hermanos entonada con la alborozada alegría de saber que gozas ya de la cercanía de Dios.

ALFREDO AZA

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