Rosa Ortega Serrano
Cada generación lo sufre en silencio como las pérdidas de orina del famoso anuncio. En la Prehistoria pudo ser la dureza del sílex y la disyuntiva de rasgar o cortar la carne, más adelante tal vez fue el fanatismo religioso, la sustitución del trabajo humano por máquinas o las melenas hippiosas… Y todo esto según la clase social, el nivel cultural, ser hombre o mujer, la suerte de cuna o la capacidad para autotrabajarse la tolerancia.
Ahora estamos sumergidos, atrapados en todo lo anterior, por aquello que decía Jung del inconsciente colectivo (memoria colectiva), además de atascados en el asunto de la brecha digital.
Llevada por la ingenuidad de la que siempre hago gala, se me ocurre que esta es la herida más profunda y más fácil de curar. En sí misma crea diferencias por el uso y la reconversión tecnológica, pero encierra en su desarrollo la resolución del problema. Digo yo que si el futuro camina por los derroteros de la inteligencia artificial, ¿no se pueden crear herramientas tecnológicas para que esta facilite la vida de las personas que no tienen desarrolladas habilidades para moverse por el mundo de las comunicaciones? En este caso no es viajar por el espacio acompañando a millonarios, sino pedir cita para su médico de familia, obtener y descargar su certificado de vacunación o sacar unos billetes para volar a la esquina de su calle.
En muchos casos, tal vez demasiados, no se puede hacer nada. Las luchas generacionales se dirimen en casa: cada uno según su tenacidad, cada una según sus adversarios. Tampoco parece posible llevar una Tablet o un ordenador a todas las familias que no lo tienen (aunque esta idea peregrina no me parece mal), como se ha hecho en los colegios e institutos. Pero, ¿dónde está ese centro de recursos de tecnología básica que resuelva trámites y democratice posibilidades de viajes, compras, acceso a la cultura o a la información?
La mujer pesada, repetitiva, molesta, en la que me estoy convirtiendo, no para de preguntarse: ¿Dónde están los políticos con voluntad de servicio público? ¿Dónde se encuentran esas personas que se presentan a las elecciones para mejorar la vida de sus vecinos de pueblo, comunidad o país? Platón y Aristóteles ya nos explicaban cómo los gobernantes deben ser “los árbitros absolutos de la vida pública y solo se justifican en el cargo si llegan a ser los más sabios. Deben ser seleccionados entre los mejor dotados y estar sometidos, entre los 20 y 30 años, a una formación científica muy especial. Normalmente procederán de los guardianes perfectos, aquellos que al final de su formación llegan a ser filósofos casi perfectos, capaces de poner como fundamento del Estado la Verdad, la Justicia y el Bien.”
Ya basta de tramitar subvenciones como agua del manantial estatal, necesitamos guardianes de la moral que además creen tejido social: inversiones a largo plazo, ricas en cultura y educación.
Pero estamos en agosto cuando hace calor/cuando los trigos encañan/y están los campos en flor/cuando canta la calandria/y responde el ruiseñor/cuando los enamorados van a servir al amor/ Menos yo ¡triste cuitado!/que vivo en esta prisión/que no sé cuando es de día/ni cuando las noches son/sino por una avecica/que me cantaba al albor./Matómela un ballestero/¡Dios le dé mal galardón! …Y si van de vacaciones, no se olviden de llevar algún objeto electrónico para trazar la ruta, sacar los billetes, reservar el alojamiento, pagar la comida, entrar a los baños públicos, comprar tiritas, beber agua y sobrevivir en la jungla tecnológica.
BUEN VERANO
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