Serie: ¿Qué tenemos en la cabeza? – Paloma López Pascual – Psicóloga
Cada mañana, y especialmente las de los lunes, veo con tanta rabia como pena el cajón de sastre y “desastre” que resulta de la mezcla absoluta de residuos que la gente deja en los dos contenedores grises que hay enfrente de la puerta de mi casa.
Cuando llamé la atención de unos vecinos con acento extranjero que tiraron al cubo gris delante de mis narices y de mis ojos cajas de cartón, plásticos, cajas de metal con herramientas, juguetes y objetos varios, preguntándoles si no sabían que teníamos unos contenedores de colores a unos pocos metros y, además, un extraordinario punto limpio en La Cabrera, me dijeron que acababan de llegar al pueblo, que eran ingleses y que «no sabían, no entendían». Ingleses eran, sí; e incívicos… también. Ya les dije, que vaya manera absurda de intentar excusarse.
El reciclaje se conoce a nivel mundial y además «donde fueres, haz lo que vieres»; o al menos, moléstate en preguntar. No hay peor ciego que el que no quiere ver, ni peor vecino que el que no quiere enterarse de cómo se hacen las cosas bien para conseguir una buena convivencia. Les ofrecí información que denegaron; de momento retiraron lo que habían depositado estrepitosamente mezclado pero por la noche volvieron a llenar de “desastre” a los dos pobres cubos grises haciendo, por supuesto, caso omiso de mi ruego. Más allá del ejemplo con los vecinos ingleses, también contemplo con la misma pena y rabia cómo muchos de los vecinos españoles hacen exactamente lo mismo.
Los contenedores grises o verdes oscuros (de distinto color según las zonas o barrios) son los grandes inodoros de los residuos. En ellos se debe de depositar lo que ya no sirve para casi nada: la llamada por los técnicos «fracción resto»; del mismo modo que al WC van los restos ya inservibles y sobrantes de nuestro cuerpo, después de la digestión.
En una comparación sencilla y entendible para todos, las diferentes fracciones -amarilla (plástico), verde claro (vidrio), azul (papel y cartón) y marrón (orgánico)-vendrían a ser como las proteínas, grasas y carbohidratos de nuestro organismo: una vez procesadas, se transformarían en los nutrientes necesarios para vivir. Es decir, en lo aprovechable y transformado en útil, después de ser adecuada y correctamente reciclado. Al final, esto se convierte en la energía que nos permite vivir, del mismo modo que todo el material reciclado puede ser de nuevo reutilizable.
Si arrojásemos todos nuestros nutrientes por el WC, sin hacer un proceso de digestión, sin quedarnos con lo que nos ayuda a vivir, sin diferenciar, moriríamos poco a poco. Es exactamente lo mismo que está ocurriendo con nuestro planeta, a no ser que dediquemos un mínimo de tiempo a clasificar y reciclar nuestros restos, para que puedan volver a ser reutilizados, intentando evitar así destruir por completo nuestros recursos naturales.
La mezcla sin clasificar de todos los residuos en el cubo gris/verde hace que lo que hay dentro vaya a los vertederos sin separar y esto supone que, además de no reutilizarlo, el suelo se queda impregnado de todas estas sustancias contaminantes y tóxicas y la tierra absorbe todo lo destructivo que, de ese mismo modo, agresivo y dañino, nos será devuelto.
Quizá buena parte de la solución sea suprimir los cubos grises y verdes que están solos y aislados en las calles como única opción para depositar la basura, ya que las personas no son capaces -en general-, de querer saber qué hay que echar en ellos (aunque para esto no hay que hablar idiomas), y dejan ahí mezclados todos sus residuos. Si queremos enterarnos, es muy fácil distinguir qué podemos dejar en el cubo gris (o verde oscuro): el papel higiénico, las toallitas húmedas, las compresas y tampones, los preservativos, los pañales, las colillas de tabaco y las mascarillas, es básicamente lo que va a esos cubos; y es sencillo de entender, porque son restos que tienen un idioma universal.
Pero como, aunque se diga a gritos parece que no se comprende, quizá es mejor que los Ayuntamientos dejen de ponerlos sueltos por las calles, establezcan en todos los puntos de recogida las baterías de cinco colores para que no haya lugar a tantos cajones “desastre”, y se dé paso así a un orden similar al que tenían las cajas de costura de nuestras abuelas, en las que siempre se encontraba el botón, la cremallera, el imperdible o el hilo que justo necesitábamos en ese momento y con el que nos hacían un remiendo en el “siete” del pantalón para que pudiéramos seguir jugando.
Sigamos “jugando”, pues. Sigamos viviendo. Pero intentemos, por favor, ser cívic@s, buen@s vecin@s y cuidadores de nuestra casa común que es la Tierra. Tratemos de clasificar, reutilizar, reciclar y aprovechar todo lo que podamos de nuestros residuos. Millones de gracias a l@s que ya lo hacen y esperemos dar la bienvenida cada vez a más personas que se animen a ello.
Como dice la canción infantil: “Después de jugar… a guardar, a guardar, cada cosa en su lugar”.
Me gusta tu artículo. Vaya con los ingleses…y demás vecinos, personalmente creo que hay desconocimiento de estos recipientes, debieran incluirlos en la campañas de los más conocidos. El ejemplo del water y las cajas de costura, ¡ no
puede ser más gráfico!! Pero te comento que en mi zona por ejemplo no he visto ninguno de los dos tipos que expones, sin duda muy necesarios, también desconocía que se encontraran aislados, igual vendría bien una campaña informativa o simplemente una etiqueta en los cubos. Tus artículos son siempre interesantes y formativos.
Espero con incertidumbre tu próximo artículo. Gracias.