En más de una ocasión, he podido leer o escuchar en las redes o en la radio, con cierto asombro y una pizca de indignación, las respuestas airadas de algunos ciudadanos, ante las quejas de muchos serranos de nuestros pueblos, por lo que estos han denominado “invasión de domingueros”, durante puentes y fines de semana, sufridos durante estos meses en los que no se podía salir de la Comunidad Autónoma, a causa de las restricciones y cierre de la misma por motivos derivados de los cada vez más frecuentes e incontrolados contagios de corona virus.
Estos ciudadanos nos han llegado a tildar de “paletos egoístas”, ya que disfrutamos nosotros solos de nuestros pueblos tan bonitos y la naturaleza que les rodea, el aire puro, la ausencia de espacios abarrotados, la soledad… pero se les olvida que nos encontramos en la Sierra Pobre o “Sierra Norte”, como se le ha dado en llamar ahora, que forma parte de la “España Vaciada”, esa de la que solo se acuerdan algunos cuando les conviene y en la que sufrimos tantas carencias.
Algunos reivindican su “derecho” a salir al campo (“el campo es de todos”, dicen), pero se olvidan de que los demás tambien tenemos derechos.
Durante el “puente” de Todos los Santos, en que se pudo salir de la capital, allá por noviembre, hubo en el pueblo quien conto mil motoristas diarios. Pudimos ver docenas de turismos, auto caravanas y campers subiendo y bajando los puertos de La Hiruela y La Puebla, aparcados por todas partes, obstruyendo y/o dificultando el acceso a fincas, pistas forestales, entradas a viviendas, portones de garaje, calles estrechas en pueblos y aldeas, algunos incluso aparcados en helisuperficies, impidiendo -como sucedió en La Puebla- que el helicóptero de emergencias sanitarias pudiera aterrizar. Cientos de excursionistas, muchos de ellos sin mascarilla esparcidos por todas partes, invadiendo fincas particulares en las que incluso extendían un mantel para hacer “picnic”, sillas y mesas plegables o mantas para tomar el sol… y dejando luego su basura. La Puebla, debido a su aislamiento, la responsabilidad y cuidado de sus vecinos, se libró del contagio, durante las dos primeras oleadas. En estos momentos, ya no es así. Acabamos de sufrir el azote del virus: al menos cinco contagiados que, en un pueblo de 65 habitantes censados, no es que sea mucho: ¡es muchísimo! Tenemos vecinos ingresados, familias confinadas en su domicilio e incluso un fallecimiento. En otras poblaciones de la Comunidad de Madrid, con un porcentaje menor, las autoridades han optado por el cierre perimetral.
Está meridianamente claro y sin ningún género de dudas, que, cuando son cientos de personas –cuando no miles- las que, digamos, “visitan” un pueblo pequeño o una aldea, que carece de medios para controlar, protegerse y gestionar una afluencia semejante, por muy optimistas que nos pongamos, siempre existirá la posibilidad de que, un número de dichos “visitantes”, asintomáticos o directamente portadores del virus sin saberlo, terminen expandiéndolo por doquier. En estos pueblos hay muchas personas mayores, con patologías crónicas, propensos a sufrir un contagio; por mucho que intenten protegerse, incluso enclaustrándose en su domicilio durante los fines de semana, no dejan de estar en grave riesgo, por eso se me antoja que, si unos desean ejercer sus “derechos” a toda costa, poniendo para ello en peligro la salud e incluso la vida de sus semejantes, tal vez sería preciso tomar algún tipo de medida con carácter de urgencia, pues con las fiestas, puentes y fines de semana soleados que se nos avecinan, lo vamos a pasar mal, pero que muy mal y eso no resulta ni deseable, ni justificable a no ser que prime aquello de “proteger el turismo”, poniendo en jaque la salud y la vida de los más vulnerables… y es que sucede, que los de aquí tambien tenemos derechos y, por cierto, mucho más serios e importantes que los de salir a pasear al campo, por mucho que se desee y apetezca.
El Malandrín de La Puebla
Febrero de 2021
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