Serie: ¿Qué tenemos en la cabeza? – Paloma López Pascual – Psicóloga
De todos es conocido el extraño nombre del filósofo griego que identifica a uno de los trastornos psicológicos más populares: el Síndrome de Diógenes. Se trata de la acumulación de objetos inservibles y, sobre todo, de grandes cantidades de basura dentro de casa. Detrás de esta patología hay toda una explicación a nivel de funcionamiento mental relacionado con la dependencia, la obsesión, la depresión, la ansiedad de separación y la soledad. Pero no es esto lo que ha de ocupar este artículo; lo que espero que destaque en esta comunicación es la Solidaridad.
Más extraño que el nombre del susodicho filósofo, fue el extraordinario temporal al que tuvieron a bien bautizar con uno mucho más familiar y común para todos, sobre todo los que somos de la Sierra Norte: “Filomena”. En mi pueblo, así se llamaba la dueña del salón de baile donde mis padres y sus quintos pasaban sus mejores ratos a ritmo de los pasodobles, valses y tangos que salían de uno de los pocos organillos que había por esta zona en la época. Sirva este guiño como homenaje a la tía Filomena y a aquellas generaciones de jóvenes que iban a su salón, y que ahora son los más azotados por el terrible virus que nos asola.
Pero esta otra “Filomena”, la de enero del 2021, nos ha dejado una inusitada nevada que no olvidaremos nunca porque, sin duda, ha hecho Historia. No hablaré de todo lo que ya sabemos que ha trastocado este insólito temporal; pero sí de un aspecto que, seguramente, hemos dejado para el final, y en el que hemos caído en la cuenta mucho después de quedarnos atónitos y con la boca abierta ante lo que estaba sucediendo: “¿Cómo tiramos ahora la basura?”.
Más que probablemente es uno de los asuntos que poco nos ha importado ante el bello y asombroso espectáculo de la gran nevada. Lo primero e inmediato fue salir a disfrutar de la nieve, a hacer fotos, a esquiar, a jugar a tirarnos bolas y a hacer muñecos y figuras de ángel en la inmaculada y brillante superficie que nos esperaba, para darnos una tregua lúdica y amable en el trágico tiempo de pandemia que llevamos. A la vuelta a casa, con las ropas y los pies empapados y sin la nariz roja gracias a las mascarillas, empezamos a caer en la cuenta de los inconvenientes. Como digo, no nombraré los muchos que ha ocasionado, ya que estoy centrando estas palabras en algo que -no es que yo tenga como fijación, aunque así lo parezca-, sino que me interesa especialmente, como ya habréis observado en algunos de mis escritos: la basura. Y no sólo desde el punto de vista de lo patológico y del síndrome (esto lo dejo para la consulta), sino desde el punto de vista del cuidado del medio ambiente, de nuestra casa común: la Tierra. ¿¿Cómo tiramos ahora la basura?? ¡¡¡Si hay por lo menos cincuenta centímetros de nieve sobre los contenedores!!!
La reflexión que quisiera hacer tiene que ver nuevamente, como ya vengo expresando otras veces, con la capacidad de espera añadida, en este caso, a la tolerancia a quedarnos por un tiempo dentro de casa con algo que no es agradable, y también con la empatía y solidaridad hacia los demás.
Es cierto que no todo el mundo tiene el privilegio de disponer de una vivienda lo suficientemente amplia como para guardar por varios días las diferentes bolsas de residuos que vamos generando. Pero en la Sierra, la mayoría contamos con un espacio exterior, más o menos grande, un porche, un patio, un balcón, ventanas… en los que poder ir acumulando esos días los restos de nuestro consumo. En Madrid, para los que puedan leer estas líneas y residan allí, seguramente es un poco más complicado, pero más que probablemente, en uno y otro caso, con una buena intención y una mejor organización, seguro que es posible retener por unos días en casa las diferentes bolsas de basura. Adecuadamente recicladas y bien cerradas, no tienen por qué generar mayor problema.
Creo que uno de los “trucos” de poderlo dejar en casa el tiempo necesario sin que moleste demasiado, es precisamente la correcta clasificación: El papel y el cartón no producen olor y si los doblamos, no ocupan mucho lugar. El plástico ciertamente es lo más aparatoso, aunque también hay formas de reducirlo un poco y no suele dejar mal olor. El cristal podemos dejarlo cuidadosamente en una caja para que no se rompa y no se vuelva peligroso. El residuo orgánico, que sin duda es el que mayor y peor olor puede generar, si lo vamos dejando en algunos contenedores especiales para ello (cajas de plástico con tapa hermética), no molesta más que cuando abrimos la tapa para rellenarlo. Y el resto (papeles higiénicos, pañales, compresas, colillas, etc.), si lo vamos poniendo en bolsas compostables, – mejor una dentro de otra -, y bien cerradas una vez están llenas, tampoco tienen por qué despedir demasiado olor.
Como en el resto de situaciones de la vida, en esta ocasión de temporal extraordinario, ha habido personas que han tenido esa capacidad de espera y de organización; y desde aquí y en nombre de todos los que estamos preocupados por cuidar nuestro entorno y nuestra naturaleza, les transmito mi más sincero agradecimiento. Y a los que no lo han hecho, espero muy de veras que les haga pensar; no para la próxima nevada de esta envergadura, porque probablemente tarde mucho en volver a ocurrir, pero sí para el presente. Para el día a día, en el que podemos aplicar este ponernos en el lugar de los demás: trabajadores y trabajadoras que están encontrando montañas de basura iguales o superiores a las de la nieve caída y que tienen grandes dificultades para la recogida; y también ponernos en el lugar de nuestro entorno, que se ve seriamente dañado si no lo cuidamos.
Por todo esto os quiero transmitir que estéis tranquilos, porque la acumulación de basura por una buena causa no es síntoma de Síndrome de Diógenes, sino admirable ejercicio de Solidaridad.
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