El Malandrín de la Puebla – A. Ruiz
“Tenemos derecho”, es el mantra que indefectiblemente enarbolan como bandera -a modo de justificación- todos aquellos visitantes que en determinadas fechas, se han esparcido en masa por la Sierra Pobre, de la que únicamente se acuerdan precisamente para eso.
El “puente” de Todos los santos de este año, con la sombra y las restricciones del confinamiento que nos ha traído la maldita pandemia, ha resultado, para los escasos habitantes de estos pueblos serranos de la España vaciada, una autentica pesadilla.
De nuevo, como lo fue a finales de mayo y principios de junio, los pequeños pueblos de la zona se han visto invadidos por cientos de motoristas que, circulando a gran velocidad y en grandes grupos por las estrechas carreteras y puertos de montaña, han puesto en peligro a automovilistas, ciclistas y otros usuarios de las mismas con los que se cruzaban o a los que adelantaban.
¿Lo peor?: En los pueblos. Multitud de vehículos de todo tipo, turismos, furgonetas, motos, (incluso auto caravanas, algunas de alquiler) en un número excesivo para lo que son capaces de absorber estas poblaciones serranas, se detienen, maniobran y aparcan en cualquier rincón, bocacalle, vericueto, incluso en la mismísima puerta de las viviendas, abusando, molestando a sus habitantes, provocando increíbles atascos y problemas donde antes nunca los hubo. Una vez abandonado de esa guisa el vehículo, deambulan sus ocupantes sin mascarilla (sobre todo los motoristas), sin guardar distancias de ningún tipo, hablando a voces, respetando poco o nada a los vecinos y “ejerciendo sus derechos”.
Yo me pregunto: ¿Los demás tenemos también derechos, o somos tal vez ciudadanos de tercera regional?
Un grupo de, digamos, “excursionistas” se cruzan en un camino con un vecino de ochenta y cinco años que, provisto de su correspondiente mascarilla y renqueando con su garrota, se dirige a echarle un vistazo al huerto, ya que en una anterior invasión, “alguien” ya le había esquilmado unos tomates, unas cebollas y alguna lechuga. Les suelta a bocajarro: “¿por qué no os volvéis ya a Madrid?” Alguno le responde una impertinencia y continúan su marcha.
De estos, la mayoría van sin mascarilla o si la llevan, colocada de babero y no se dan cuenta, o no quieren dársela, de que en nuestros pueblos hay muchos mayores que son personas de riesgo: problemas cardiacos, diabetes, tensión alta, colesterol… vejez en definitiva, a los que en algunos casos, la enfermera les ha de visitar periódicamente en su domicilio, para controlarles el Sintrón, con el fin de que no tengan que desplazarse hasta el ambulatorio. Pero no importa, “hemos estado encerrados en casa y ahora tenemos derecho a esparcirnos en masa por la sierra”, sin mascarilla, que es incomoda y con los perros sin correa, sueltos por el monte, cosa que está prohibida; haciendo corros ante un mantel y la nevera…invadiendo fincas particulares.
Se quejan – y con razón- en Rascafría, Miraflores etc. de los cientos de vehículos, atascos y falta de empatía y educación de los usuarios, que dificultan la circulación y hasta una posible evacuación en caso de emergencia, pero al menos en alguno de estos pueblos disponen de agrupación local de Protección Civil, pero en los nuestros: la Acebeda, Aoslos, Garganta de los Montes, Horcajuelo, Montejo, La Hiruela, Puebla de la Sierra, El Atazar, Berzosa, Patones…ni protección Civil, ni policía local ni guardia civil…ni siquiera un simple alguacil que intente poner un poco de orden en tanto caos. Estamos indefensos y abandonados.
Es una situación que se repite una y otra vez, que causa innumerables problemas, que puede acarrear contagios a causa de la masificación, poniendo en peligro a una población frágil, que en la mayoría de los casos se ha librado por los pelos, gracias al estricto cumplimiento que todos hemos llevado a cabo y en parte tambien al aislamiento secular de estos lugares.
Ya en el mes de junio, algunos ayuntamientos pidieron ayuda a la Presidencia de la Comunidad Autónoma pero, como siempre, parece que por costumbre: nadie sabe, nadie contesta.
Menos mal, que al menos los alojamientos, la hostelería, bares, tabernas y restaurantes, han podido resarcirse en parte de tanto cierre y tanto mareo de horarios y demás regulaciones. Algo es algo.
Y después de esto… ¿Cuándo tendremos que volver a sufrir una próxima invasión sin que nadie haga nada?
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