Miguel Ángel Granado
Durante los meses de mayo y junio, uno de los sonidos más escuchados en nuestros paseos por la sierra, es el canto del Mosquitero papialbo (Phylloscopus Bonelli). A partir de marzo pero especialmente a finales de abril, llegan a nuestras latitudes miles de individuos de esta especie provenientes del África subsahariana. En la franja que abarca desde Senegal hasta Chad, permanecen todos durante el invierno. Es una especie poco distribuida: sólo cría en la Europa meridional y el norte de África: Francia, España, Portugal e Italia junto con Marruecos y Argelia.
Con una longitud de unos 11 cms. y una envergadura que no sobrepasa los 19 cms. es un ave pequeña, que ocupa preferentemente la parte norte de nuestra península aunque escasea en zonas de Galicia, la cornisa cantábrica y el valle del Ebro. En la mitad meridional únicamente aparece en los sistemas montañosos. Ausente en ambos archipiélagos, Baleares y Canarias. Su hábitat son los bosques caducifolios, especialmente de melojos y quejigos. No desprecia otras formaciones arbóreas, llegando incluso a pinares o sabinares aunque en menor número. Gusta de bosques abiertos o densos pero con ausencia de matorral, desde el nivel del mar hasta los dos mil metros de altitud, aunque prefiere altitudes entre mil y mil quinientos metros.
De pequeño cuerpo rechoncho, con patas y pico finos, como el resto de los mosquiteros. El papialbo se diferencia de los otros por su color ventral muy claro, blanco algodonoso, que llega desde debajo del pico hasta casi el extremo de la cola por su parte inferior. Tanto el dorso como las alas y las zonas externas de la cola son de color gris verdoso. Presenta además lista superciliar (zona de la ceja) crema y las patas son grises. Destaca también su obispillo, de tono amarillo. De carácter cercano, no huidizo, una buena forma de identificarle es por el canto: un “sisisisisi” potente y rápido, muy característico.
Es un ave insectívora, como se deduce de su nombre. Llegado el mes de mayo, comienza su periodo de cría, que se puede extender hasta julio; es por tanto bastante tardío en relación a otras especies. El nido, construido por la hembra, es como una bola de pequeños tallos, hojas, raicillas, hierba, pelo,…, que entreteje y oculta en alguna depresión del suelo. Tras tenerlo terminado se producen las cópulas, cuyo resultado serán de cuatro a siete huevos de color blanco moteados con puntos marrones, que la hembra incubará durante 12-14 días, tras lo cual se producirá la eclosión y nacerán los pollos alimentados, ahora sí, por ambos progenitores. Tras 11-13 días abandonarán el nido, siendo aún cebados por los adultos en las ramas cercanas; alcanzan la madurez sexual al año de vida. Pueden efectuar segundas puestas aunque no es frecuente. Llegado septiembre e incluso en la primera quincena de octubre, van regresando a sus lugares de invernada en África.
Protejamos a estas pequeñas aves insectívoras, tan beneficiosas y que nos alegran con su canto repetitivo los días luminosos de la primavera. Personalmente, este año tras el confinamiento debido a la pandemia, allá por finales de mayo y entrado junio, era uno de los sonidos más escuchados por la Sierra del Rincón.
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