Rosa Ortega Serrano
Está bien abrir el debate educativo en torno a las escuelas públicas y concertadas. La ministra suscitó la polémica, supongo que con toda intención y en el foro más comprometido: un congreso de escuelas católicas. Las declaraciones de Isabel Celaá son confusas para la mayor parte de la población pero no lo son para los representantes de los centros católicos allí presentes, sus murmullos de desaprobación fueron contundentes. Enfrentando torticeramente la libertad de enseñanza y el derecho de los padres a escoger una formación religiosa y moral para sus hijos e hijas, se vuelve a abrir el debate sobre adoctrinamiento, ideología, segregación, religiones, creencias, libertad. Estos que parecen prejuicios de adultos poco inteligentes, nos desvían de los temas importantes para entender la educación de los niños y niñas del siglo XXI. Estaría bien oír hablar de neurociencia, de inclusión, gamificación, de emociones, de mediadores comunitarios, de sociedad y de lo social, ciencia, astronomía, matemáticas… Pero se vuelve a hablar de lo mismo que oían hablar a sus padres y abuelos. No se dan cuenta de que corre el siglo XXI y de que vamos a toda velocidad hacia otra revolución tecnológica (5G, internet de las cosas…)
Está claro que la máxima preocupación de la patronal religiosa es mantener e incrementar el número de conciertos con escuelas religiosas y mantener e incrementar el número de horas de enseñanza de religión católica, pero partimos del artículo 27 de la constitución que en su punto 1 nos dice que “todos tienen derecho a la educación. Se reconoce la libertad de enseñanza”.
Atendemos al derecho a tener una plaza en una escuela que garantice la gratuidad y la equidad. Una red de escuelas públicas bien construidas, con suficientes recursos personales y materiales y con plazas para todos los niños y las niñas del país. Si además a los padres no les gusta la escuela pública estupenda que hay en su calle, pues que hagan uso del “derecho que les asiste para que sus hijos reciban la formación religiosa y moral que esté de acuerdo con sus propias convicciones” (artículo 27, punto 3) y elijan para sus hijos e hijas un centro privado religioso o no, libertario o autoritario o como ellos prefieran y su economía les permita.
Parecemos tontos, todos queriendo lo mejor para nuestros hijos y no luchamos por una escuela para todos: tecnológica, plurilingüe, dialógica, inclusiva, solidaria, respetuosa, transformadora, basada en el aprendizaje de las ciencias, las artes, el deporte. Una escuela “obligatoria y gratuita” (artículo 27, punto 4) en la que la educación “tenga por objeto el pleno desarrollo de la personalidad humana en el respeto a los principios democráticos de convivencia y a los derechos y libertades fundamentales” (artículo 27, punto 2).
Ya ven lo importante que es la educación. Todos los gobiernos quieren su propia ley y no ceden ni un poquito en su control
Joan Margarit premio Cervantes 2019, escribe en catalán y en castellano y lo hace así de bien.
LA EDUCACIÓN SENTIMENTAL
Solía repetirme con su viejo desprecio:
la poesía no sirve para nada.
Me quería instruir en un infierno
donde bajar la guardia es perder la partida,
donde sólo el dinero protege de este frío
de la edad. Pero, en cambio, no sabía
que es por este motivo que la necesitamos,
que se debe rastrear la poesía
por los juzgados y los hospitales:
más tarde, ya hablará de la que amas.
Hay poesía incluso en esta gente
como mi padre, que odió la vida.
Y tenía razón en su argumento:
de nada sirve, aquella que él leía.
Aguafuertes, 1995.
Traducción del autor.
(Me permito recomendarles la lectura del texto integro del artículo 27 de la Constitución, del cual espero no haber hecho una interpretación “torticera”)
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