El Grillo y Manolito

Villamisar25

Jose de Villamisar – desde PEÑALABRA

Cuando yo tenia nueve o diez años iba al colegio a una escuela que estaba situada en la ladera de un monte, desde el cual se divisaba la bahía y la entrada al puerto, recuerdo con nitidez que los martes y los viernes salían grandes trasatlánticos cargados con gente, que llevaban maletas cargadas de ilusión y también de pena y nostalgia por dejar atrás su tierra y sus seres queridos, iban para Argentina, Uruguay, Brasil, Venezuela y todos los países de Sudamerica, con la esperanza de encontrar una vida mejor que la que tenían aquí, hecho que no siempre ocurría, pero esto es otra historia.

Yo vivía muy cerca de la escuela, en una casa de dos plantas, en la primera residía un servidor con un matrimonio cuyo marido regentaba una carbonería y en la segunda planta vivía una pareja con una hija y un hijo que se llamaba Manolito.

 

A finales del mes de junio, muy cerquita de las vacaciones, en compañía de “colegas” del colegio decidimos subir al monte para cazar grillos. Fue ese día cuando me inicié en el arte de la cinegética. La técnica de la caza del grillo no era, después de todo, una cosa muy sofisticada, lo importante era estar en silencio, cosa difícil en un grupo de niños. En la infancia todas las solemnidades son cómicas, todas las  pompas son fúnebres y el silencio prolongado  invita a la risa. Así que, caminábamos lentamente, afinando el oído, para localizar la madriguera en donde se escondía nuestra presa, después de un largo rato sin ver ni oír nada, descubrimos un agujero en el que creíamos que allí estaba el grillo. Con una paja de hierba larga la metíamos por el agujero y entonces el animal salía a la superficie y era el momento de capturarlo, me acuerdo que yo cacé dos grillos y los metí en una caja de cerillas para transportarlo hasta mi casa.

Cuando llegué a casa escondí la caja debajo de mi cama sin decírselo a nadie, pero el problema vino por la noche, los grillos se escaparon de la caja, y cuando estábamos todos en la cama durmiendo, empezaron a cantar. Se levantó todo el personal de la casa para encontrar  el cantaor”, cuando encendías la luz se callaba y al apagarla volvía el concierto

A la noche siguiente uno de los concertistas se trasladó al piso de arriba  y aquello era inaguantable, todo el edificio buscándolo sin encontrarlo hasta que a los cuatro días desaparecieron milagrosamente.

Hasta aquí todo normal, pero ¿de dónde vinieron los grillos?, por unanimidad los vecinos decidieron que los grillos los había traído Manolito y todas las ordas comunitarias cayeron sobre él. ¡Pobre Manolito!, Desde aquí, estes donde estes, perdóname Manolito.

 

Una de esas noches calurosas del mes de agosto, estando al fresco en una terraza de Buitrago, escuché la fuerza con que los grillos cantareaban, y me acordé de aquella tarde en que unos niños nos fuimos a cazar grillos al monte de San Pedro. Por cierto, el arrepentimiento fue tal, que nunca más fui a la caza del Grillo.

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