Felipa y Pepe

Rafael de Frutos

Una vez más nos asomamos a esta ventana para poder contar algunas vivencias de algunos vecinos a medida que se iban construyendo los pueblos a lo largo de sus vidas. En distintos relatos iré desgranado la vida de algunos de ellos porque creo que merece la pena ser contada por diferentes motivos. Si lo dejamos escrito se podrá leer; de no ser así, sólo nos quedarán las referencias y fechas en los libros registrales de matrimonio, con sus dispensas, en los de nacimientos con sus bautismos y en los de fallecimientos con la edad del finado. Y así irán a parar al Ayuntamiento, junto a unas libranzas, o a una antigua sacristía donde se guardarán bajo una fina capa de polvo. Mi intención es dejar por escrito cómo y cuánto han disfrutado, sufrido y vivido a lo largo de su existencia algunos de nuestros convecinos. Por supuesto, con todo respeto y veracidad.

Todo lo que se escribe se puede leer. Y tiempos vendrán cuando alguno de nuestros hijos o nietos pregunte por alguno de nuestros abuelos y paisanos.

Hoy, en concreto, trataremos de la vida de Felipa Laureana.

La madre de Felipa Laureana, Victoria, de 22 años, natural de Montejo, se casó con un joven de 24 años, también de Montejo, llamado Felipe Vicente, en octubre de 1906. A los 10 meses de casados tienen su primera hija. Nace nuestra protagonista. El nombre de la niña queda dicho,  Felipa, por el padre y Laureana porque su bautismo fue el día 7 y era santa Laureana. Y aquí empezó una larga vida con más tristezas que alegrías.

A los doce meses de nacer Felipa muere su padre, en 1908. Si todas las muertes causan pena y problemas, la muerte del padre en una familia humilde, casi recién casados y con una niña de apenas un año, se multiplican y hay que resolverlos. 

Solución: a los cinco meses del fallecimiento de Felipe, Victoria, ahora con 24 años y una hija, se casa con Manuel Hernán Hernán en septiembre del 1909. Manuel tiene 30 años y también es viudo. El amor se supone que vendrá después. Manuel aporta al matrimonio un hijo previo, Aquilino Emilio, de su anterior matrimonio con Inés de Frutos. Los padres eran familia de 3er grado. Los hijos se convierten en hermanastros pero sin relación por sangre. En común tenían que Felipa no había conocido prácticamente a su padre y Aquilino tampoco a su madre. 

Felipa se convierte en una niña más del pueblo, yendo a la escuela a la vez que ayuda y se forma en las tareas de casa y en las labores propias de su edad y época, ayudando a su madre y a su padrastro. Parecido sucederá con Aquilino. Otra familia humilde, como la mayoría de las de la zona rural. Felipa, pronto, en 1911, tendrá un hermano al que bautizarán con el nombre de Julián. Y cuando tiene 14 años le nace otro hermano de madre al que llaman Florentino.  

El tiempo pasa. Todos van creciendo. Cada uno desempeñando las labores y los recados propios necesarios para el sostenimiento de la casa. Seis personas de la misma familia pero cada uno con una historia diferente. 

Llega Felipa a la adolescencia y a la juventud y entabla relaciones con Juan José “Pepe” Fernández. Como están enamorados deciden contraer matrimonio. “Pepe” es un hombretón trabajador donde los haya, que no hace reparo a ningún trabajo donde se pueda ganar una peseta y lo mismo fabrica adobes, que esquila ovejas, que hace carbón, que siembra patatas. Hay que tener en cuenta que los tiempos de la Republica estaban un poco revueltos y más para los pobres.

Pero esta nueva familia se verá bendecida con el nacimiento de su primer hijo, Enrique Alejandro, que trae alegría y esperanza al matrimonio. Dos años más tarde, en noviembre de 1935, les llegó la primera niña, Petra. La alegría por el nacimiento para Felipa es corta pues su hermano de madre, Julián, va a ser llamado a filas y ya no volverá a casa. Un corto y lacónico texto escrito por algún suboficial explica que ha fallecido en campaña. Tristeza en la familia y tristeza en Felipa por esa muerte innecesaria en la flor de la vida. ¿Qué había hecho Felipa para que su padre se muriera tan rápido y su hermano también? ¿Y por qué en ese periodo de tres años cuando la alegría volvía a la casa con el nacimiento de su tercer hijo, Vicente, en enero de 1939, su hermanastro Aquilino se tiene que marchar a toda prisa a Francia dejando aquí a sus hijos? En marzo de 1942 nace Julia, segunda de los hijas y última de los cuatro hijos del matrimonio. Otra vez una familia de seis miembros con sus quehaceres diarios. Pepe haciendo carbón en el cercano pueblo de Horcajuelo y Felipa atendiendo la familiay sirviendo en casa de algunas personas para ayudar en la economía de casa a la vez que es nodriza de otra niña del pueblo que necesita ayuda alimentaria. La vida parece que está encarrilada.

Pero una nube negra cubre al pueblo y trae malas noticias para la familia Fernández. Pepe, nuestro amigo Pepe, acaba de morir a los 38 años. Su arteria aorta se ha roto. Estamos en 1944. A Felipa le queda el dolor, la pena, la tristeza y cuatro hijos, el mayor con 11 años. Pero esta mujer es dura como el marfil y aunque estemos en la postguerra y los tiempos sean difíciles, ella, como el Ave Fénix, va a renacer otra vez. Sin ruidos, sin fanfarrias, con resignación, con esfuerzo y con mucho trabajo.

Enrique Alejandro (la copia de su padre) se encargará de sembrar y cosechar y del cuidado del ganado y ejercerá de cabeza de familia pero sus hermanos siempre arrimarán el hombro en cualquier circunstancia. 

Y la familia consigue salir adelante. Tres de los hijos contraen matrimonio. La primera en hacerlo fue Petra, que se casaría con José María Del Pozo en el 1959. Después lo harían Julia y Vicente. 

La esperanza y la tranquilidad en las familias parece que se va consiguiendo cuando se presenta un nuevo trance nefasto. Petra muere a causa de una peritonitis después de una operación. Llevaba seis años casada y ya tenía cuatro hijos. ¿Se pueden unir tantas desgracias en una familia? Aquella felicidad sólo duró un relámpago. En este momento, nuestra protagonista, nuestra heroína, nuestra mujer diamante se convierte otra vez en madre de cuatro nietos. ¿Hay alguien que pueda sobrellevar esta carga?¿Cómo no vas a ir encorvada y medio arrastrando los pies con el peso que llevas? El silencio, la paciencia y un montón de virtudes son tu capital de espíritu.

Pero las desgracias no vienen solas. Sólo pasa un año desde la muerte de Petra cuando su hermano Alejandro, que está trabajando junto al pueblo de Horcajo sufre un accidente al poner una máquina en marcha, golpeándole en la cabeza, y muriendo de manera instantánea a consecuencia de la  fractura de cráneo. Tenía 33 años.

El luto acompañaría ya de por vida a Felipa.

¡Me niego a seguir escribiendo! ¡La sangre me hierve!

¡Rompo la cuartilla! Recupero lo escrito y continúo. 

No sé si fue en este entierro cuando el cura de turno dijo en la predica que a Felipa había que sacarla en andas por la calle. Yo ya quería terminar el relato porque creo que ya es bastante lo                                                                                                                                                                                                                                                                                        la historia que queda por contar.

En febrero de 1981, María de los Ángeles del Pozo, hija pequeña de Petra y nieta de Felipa, a quien ella crio, muere a los 17 años en un accidente de tráfico cerca de Cabanillas cuando se dirigían a Madrid. 

Querido amigo que has llegado hasta aquí leyendo, te he contado a pinceladas la vida de Felipa y su familia más cercana. Contarlo me ha costado muy mucho. Es muy                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                  duro reunir tanta desgracia y dolor en la persona de Felipa, que vivió 105 años, casi 106. ¿Merece la pena vivir tantos años? No me contestes. 

Queridos hijos, nietos y biznietos de Felipa, tenéis que estar muy contentos y orgullosos de que vuestra abuela os haya dejado una herencia de sacrificio, entereza, silencio y ejemplo a seguir.

Felipa, el pueblo de Montejo te recuerda con cariño.

Rafael de Frutos

Montejo de la Sierra

Marzo de 2025

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