Rosa Ortega Serrano
Al día siguiente no mintió nadie. Se decretó en todo el país la pena de destierro a todo aquel, que difundiera o inventara una mentira que hiciera temblar el orden constitucional, infringiera daño a los sentimientos de otro ser o fuera lanzada a las redes sociales con ánimo de dominación y lucro.
Aquello fue más importante que el decreto de confinamiento del Covid. De repente solo existían razones analógicas para enfadarse. Los más afectados fueron los políticos y sus complejos gabinetes de prensa y recomendaciones.
Los bulos, trazados con sumo cuidado para recorrer el mundo, el país o la clase de segundo de bachillerato del instituto de La Cabrera, quedaron reducidos a la plaza del pueblo, la casa del primer ministro o la cancha de baloncesto.
Trump, el flamante presidente de los EEUU, se quedó sin trabajo y sin conversación. Nadie quería escuchar cómo los emigrantes se comían a sus mascotas, las escuelas públicas enviaban a los niños a cirugías para cambiar de sexo o aquella historia de las vacunas que provocaban autismo.
“¿Por qué escupes dentro de tu alma? Mientes en la deposición.
Yo en tu lugar mentiría más dulcemente” Le diría DON ANTONIO GAMONEDA a Trump.
Tal vez mañana la verdad importe. De momento tenemos que oír que: “Si sales a comprar el pan te ocupan la casa” “Los churros vienen de China”, “El tabaco no provoca cáncer”, “El clima siempre ha cambiado, no hay que preocuparse” “Todos los políticos son corruptos, menos los de mi partido”, “Los murciélagos son ciegos” y “Las redes sociales son espacios de total libertad”.
La verdad no importa. Nos mienten y nos mentimos a nosotros mismos. Padecemos sobrecarga informativa, interpretamos la realidad de acuerdo a nuestros intereses. Si nos cuentan que el emperador lleva un traje de gala preferimos verle así. Si destapamos su desnudez surgen dudas, nos hacemos preguntas, llega el pensamiento y con él la reflexión y hasta el compromiso.
El gran bulo de lo que llevamos de siglo bien puede ser el de la guerra de Irak. ¿Recordáis aquello de “las armas de destrucción masiva” y la invasión de Irak? ¡Hubo muchos muertos y no todos los mentirosos se han arrepentido públicamente de sus errores!
La tragedia de Valencia nos ha dado una buena cantidad de mentiras o medias verdades, proyectadas indefinidamente a través de las redes sociales. Ni los mayores estamos a salvo, es el algoritmo el que manda y se introduce a través de nuestra radio, televisión, móvil. Recorre nuestra casa como un rayo, visitando hasta el frigorífico y organizando nuestra cama. ¡Cuidado con las mentiras! Hay mucho mentiroso compulsivo, medio mentiroso, o mentirosillo. Están en todas partes.
Antonio Gamoneda (nacido el 30 de mayo de 1931 en Oviedo) es uno de los poetas más importantes de la literatura contemporánea en lengua española. Vive en León. Su infancia estuvo marcada por la guerra civil española y la muerte de su padre. De su libro “Descripción de la mentira” (1977) rescatamos este poema:
“¿Qué sabes tú de la mentira? Bajo la costra del hastío, en la urticaria del cobarde,
un metal distinguido, un racimo de uñas abrasadas
profundiza en la muerte. Es la pasión de la inutilidad;
es la alegría de las máscaras reunidas en el estudio de la yerba, verdes y codiciables en los estuarios de la sombra,
única especie conciliada, única y resistente a la pericia del recuerdo, a la censura de los hombres cansados; fresca como un grito de alondra bajo las aguas.
Ah la mentira en el corazón vaciado por un cuchillo invisible.
¡FELIZ Y PROSPERO AÑO 2025! ¡SIN DEMASIADAS MENTIRAS, POR FAVOR!
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