Rosa Ortega Serrano
Llevo días sin mirar el periódico, me asusta y me entristece al mismo tiempo. El sufrimiento humano no conoce fronteras, la violencia y la muerte es el territorio de las dictaduras. ¿Cómo se puede asesinar a miles de personas para ocupar territorios, imponer creencias, o brindar a los posibles ciudadanos supervivientes un futuro mejor? ¿Cuál es el pensamiento de estos sanguinarios dictadores que organizan ejércitos, trafican con armas y programan con frialdad el asalto a las casas, las escuelas y los hospitales? La gente no quiere abandonar su tierra, solo unos pocos serán desterrados y no volverán, el resto resistirá hasta sucumbir. El único cambio posible es enviar a estos malvados dirigentes a una isla desierta, y dejarles que se devoren entre ellos. Solo en Gaza han muerto al menos 35.000 mil personas. ¡Solicitemos para Netanyahu el premio Nobel de la crueldad! La compraventa de armas es la que ofrece mejores y más brillantes resultados económicos para los países de nuestro mundo: “Un factor altamente negativo de la actual carrera armamentística es la casi total ausencia de tratados de control de armas que la limite y controle” y Donald Trump llamando nuevamente a nuestras puertas.
Kafka nació en 1883 en Praga y murió en 1924 en Viena. Es un escritor cuyo espíritu vive en los cuartos oscuros de nuestras casas, se ha convertido en un vecino, un prójimo, sin duda en un clásico. Si les cuento que su obra muy a menudo refleja la angustia y la impotencia de los seres humanos frente a los poderosos, sin haber leído sus libros intuimos que hablan de nosotros
Quiere esto decir que el termino kafkiano viene que ni pintado para ilustrar este jaleo de mundo en el que vivimos. Individuos desorientados, si no muertos, desesperanzados, espectros de una realidad que cada día se muestra más letal.
Leamos a Kafka:
ÉRASE UNA VEZ UNA COMUNIDAD DE CANALLAS, o, mejor dicho, no eran canallas, sino gente corriente, del montón. Siempre se mantenían unidos. Por ejemplo, cuando uno de ellos cometía alguna canallada, o de nuevo mejor dicho, en realidad ninguna canallada, sino algo corriente, de lo más normal, y lo confesaba ante la comunidad, todos investigaban el asunto, lo juzgaban, le imponían penitencias, lo perdonaban, etc. No había mala intención. Así se preservaban estrictamente los intereses del individuo y de la comunidad; simplemente al que confesaba se le administraba el color complementario al color básico que había mostrado. Así se mantenían siempre unidos. Incluso después de la muerte no renunciaban a la comunidad, sino que ascendían al cielo en animada procesión. Al elevarse, el conjunto ofrecía un espectáculo de la más pura inocencia infantil. Pero como antes de llegar al cielo todo se descompone en sus elementos, se precipitaron, convertidos en bloques de piedra.
FRANZ KAFKA “El silencio de las sirenas”
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