Los carboneros son aves comunes a las que podemos observar con facilidad a pesar de ser inquietos y moverse constantemente. De la familia de los páridos, en nuestra comarca existen cuatro especies: el Herrerillo común, el Herrerillo capuchino (al que ya nos referimos en un artículo), el Carbonero garrapinos y el Carbonero común (Parus major), del que hablaremos en esta ocasión.
Es un pájaro pequeño y muy vistoso. Tiene una longitud de 14 cm. y una envergadura de 22 a 25 cm. Muy llamativo, combinando diversas tonalidades. Visto de frente lo primero que llamará nuestra atención es el diseño facial, la cabeza es negra pero con dos grandes manchas blancas en las mejillas, el pico pequeño y de color gris. Justo desde la base de este, parte una gran franja negra que recorre el pecho y vientre, llegando hasta el comienzo de la cola. En su cuerpo predomina el amarillo, que se torna a blancuzco en las zonas inferiores. La zona dorsal es de color verde oliva, con alas y cola azul grisáceas y finas líneas blancas. La hembra es prácticamente igual pero con la “corbata” mucho menos marcada. Los jóvenes se parecen pero con los tonos menos contrastados y sus mejillas son de color pálido.
Ampliamente distribuido por Europa, noroeste de África y Asia. En nuestra geografía también se encuentra en todas las regiones, exceptuando zonas muy áridas y desérticas. Ausente en las Canarias. Es residente aunque puede realizar desplazamientos en invierno, sobre todo las hembras, buscando cotas más bajas. Al igual que los que viven en el centro y norte de Europa, que buscan latitudes más meridionales con el frío. Aunque no suelen realizar desplazamientos muy largos, es un ave sedentaria. Su hábitat predilecto son los bosques abiertos; también es frecuente verlo en lugares con árboles dispersos como parques, jardines, huertos, riberas, etc.
Cuenta con una extensa variedad de vocalizaciones, se han contabilizado más de treinta distintas. Esta diversidad es algo que se comenta entre los observadores de pájaros: todos hemos escuchado alguna vez un canto que no nos cuadraba y, al localizarlo, se trataba de un carbonero. Uno de los reclamos más típicos es “chi-chipán”, que repite incansablemente y se escucha mucho al principio de la primavera. La dieta de los carboneros es mayoritariamente insectívora, comen muchas orugas pero también arañas y sus huevos, moscas, mosquitos, avispas, etc. Es muy importante el control que ejercen en plagas como la procesionaria del pino. En otoño complementan su alimentación con algunas semillas y frutos.
En la segunda quincena de marzo o la primera de abril comienza la construcción del nido, que puede ubicar en diferentes lugares: agujeros de árboles, grietas en muros de piedra o huecos en rocas. Si se encuentra en un entorno humanizado puede hacerlo incluso en macetas, latas, lámparas, etc. Por ello acepta muy bien las cajas nido. De la elaboración se encarga la hembra, que utilizará materiales como musgo, líquenes, pequeñas raíces, pelo, lana y pequeñas plumas. El macho la ayuda a recolectar todo lo necesario. Una vez terminado ella pondrá de seis a ocho huevos aunque a veces alguno más. Los incuba durante dos semanas aproximadamente. Comentar que es frecuente que existan varios nidos cercanos y esto no representa problema, curiosamente, ya que los carboneros tienen su carácter, los anilladores lo saben bien. Cuando llega la eclosión y nacen los pollos, serán alimentados por ambos adultos a base de orugas sobre todo. Tras otras tres semanas, los jóvenes ya pueden volar y abandonar el nido, aunque continuarán con la dependencia de los progenitores hasta su sexta o séptima semana de vida. Un hecho debatido es que de todos los pollos que nacen, sólo suele sobrevivir uno hasta la siguiente primavera. Esta teoría es de Perrins de 1966, en la que también expone que de la pareja sólo sobrevivirá uno hasta el siguiente ciclo reproductor. Esto no cuadra del todo con la realidad, ya que la población de este ave es numerosa; lo que sí está más que constatado es que es una de las especies que registra mayor tasa de mortandad entre los jóvenes, apreciándose pérdidas de unos tres o cuatro individuos de cada puesta de ese año. Normalmente realizan dos cada temporada, aunque hay casos en que llegan a las tres. Así pues de los pollos que nacen, una buena parte no llegarán a la siguiente primavera. Por este motivo, aún siendo los carboneros abundantes debemos protegerlos, ya que podrían experimentar un acusado descenso poblacional en relativamente poco tiempo. Además se ven afectados por el cambio climático, debido a las variaciones temporales en la eclosión de las orugas de los lepidópteros, a las que muchas especies de aves están estrechamente ligadas.
Desde esta sección del periódico queremos desearos un próspero 2024, colmado de aves y naturaleza. Miguel Ángel Granado
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