NO HAY MÁS CIEGO QUE EL QUE NO QUIERE VER

Rosa Ortega Serrano

Querido amigo, en esto estamos juntos, que incluye a juntas. Juntos nacimos y sin pensar fuimos niño o niña, claramente definidos por la mirada de una matrona militante del nacional catolicismo. Crecimos en recreos separados, pero nos juntábamos en el descampado, donde pronto surgieron los brillos del enamoramiento. Luchamos en las calles, en la universidad, en el trabajo, siempre juntos y aunque bien es verdad que los demás, es decir, nuestros padres, los profesores, los vecinos, el jefe, no nos trataban igual, al darnos la vuelta nunca nos sentimos diferentes. Tuvimos hijos, los educamos juntos y ellos nos descubrieron un nuevo lenguaje para designar las mismas cosas: LGTBIQ que incluiría los términos lesbiana, gay, trans, bisexual, intersexual, queer. Aprendimos. Siempre juntos y sintiéndonos iguales en la diversidad, con anhelos parecidos y preocupaciones compartidas.

Pero en todo esto que tú y yo vivíamos en paralelo y con el mejor humor posible, hubo diferencias: eran tus prejuicios, mis prejuicios y los prejuicios de la sociedad en la que vivimos.

Siempre nos rondó la discriminación por razones de género. Tú hiciste una carrera de ciencias, porque no podía ser de otra manera, tuviste un trabajo de jefe y tu secretaria te servía el café. Yo me quedé en casa, cuidando hijos, cuidando padres y cuidando de no cuidar demasiado para evitar las tentaciones. Y a todo esto el feminismo transversal, ese ismo que ha sobrevivido al siglo XX seguía su curso. Algunos hombres, muchos, demasiados se escudaban en su altura moral, no podemos ser iguales. ¡Nunca quisimos ser iguales, qué aburrimiento!

Y nosotras tenemos que seguir luchando desde lo más que es la utilización del cuerpo de las mujeres como arma de guerra hasta lo que parece menos, no tener que correr para llegar a casa de madrugada. En medio toda la lucha diaria: en el trabajo, en casa.

Claro está que como te escribo a ti, amigo mío, de edad provecta,  tengo que valorar tus esfuerzos de adaptación. Así tranquilamente y sin aspavientos, algunos hombres de tu generación habéis ido perdiendo grandes privilegios en consideración a vuestras parejas, amigas, madres. Con contradicciones y con alivio participáis de esta lucha que es de hombres y mujeres por igual. Creo que por esto y por mucho más seguimos siendo amigos.

A todo esto, perdona mi tono de añoranza, algo meloso, en realidad estoy cabreada. Todo estaba claro: las imágenes, el exhibicionismo testicular. Suficientes razones para alejar a ese señor de toda responsabilidad y de toda mujer. Han tardado un mes y mientras el gran triunfo deportivo de las deportistas ninguneado y siempre cuestionado. 

¡Cuidado, cualquier logro puede ser olvidado!  

Gracias compañero por escucharme, para ti este poema de José Hierro, cuyo centenario celebramos el año pasado. 

VIDA 

Después de todo, todo ha sido nada, 

a pesar de que un día lo fue todo.

 Después de nada, o después de todo

 supe que todo no era más que nada. 

Grito «¡Todo!», y el eco dice «¡Nada!».

 Grito «¡Nada!», y el eco dice «¡Todo!». 

Ahora sé que la nada lo era todo, 

y todo era ceniza de la nada. 

No queda nada de lo que fue nada. 

(Era ilusión lo que creía todo 

y que, en definitiva, era la nada.) 

Qué más da que la nada fuera nada 

si más nada será, después de todo,

 después de tanto todo para nada.

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