Rosa Ortega Serrano
¿Dónde va mi memoria? La que se desvanece poco a poco y tiene criterio propio, esa que se esconde y vuelve a aparecer, cada vez más pobre, cada vez más lejana. Dice Antonio Gamoneda que “La memoria es mortal” y la mía, además, es tan delgada y escurridiza como un pez. No crean que pretendo parecer una persona especial, pero me hace ilusión pensar que mis recuerdos van a una nube digital que yo o cualquier otra persona puede recuperar cuando quiera. Un ICloud humano gestionado por autómatas que nos van retirando y restaurando trocitos de vida. No sé si es lo habitual, pero a la vuelta del verano, en esa hora en la que volvemos a encontrarnos con 11 meses de vida cotidiana, en la que es preciso volver a adaptar los ritmos biológicos internos y las apariencias externas, en ese momento en el que deseamos formar parte de esa etérea nube de información que se diluye en el espacio sideral, en ese proceso de adaptación al medio, se nos olvida todo.
Intentamos rememorar quién había ganado las elecciones y si el pobre hombre (sea gallego o no), habrá logrado ser investido por fin, o si el presidente de la federación de futbol se habrá enterado que es de mal nacidos celebrar un triunfo ajeno agarrándose la entrepierna y exhibiendo su condición de machirulo todopoderoso. Recordamos tenuemente aquella extraña noticia del descuartizador de Tailandia, que confesó haber asesinado al cirujano colombiano Edwin Arrieta u otra más reciente: la muerte de Prigozhin (aquel señor con cara de bruto y cuerpo de mercenario que plantó cara a Putin) al estrellarse su avión dos meses después del motín contra el Kremlin. Todo información caducada, lejana, pero que merece la pena recuperar una y otra vez porque nos actualiza la lucha encarnizada por el poder político, el rancio machismo vigente en nuestra sociedad, los privilegios de los hombres blancos o algo tan antiguo como no tocar a los dioses porque se te quedará el dorado entre las manos.
Aunque sea con todos los recuerdos guardados en nuestra dañada memoria, ahora lo más importante para mí y mis vecinos de la sierra es recuperar ese ritmo biológico interno, también llamado circadiano, que nos permitirá recuperar nuestra tranquila vida cotidiana. Empecemos por regular las horas de sueño y controlar nuestra exposición a las horas de trabajo, el resto será coser y cantar.
En una sierra despejada, con todos los veraneantes reposando tranquilamente en su ciudad, con unos pocos aviones menos y una bajada generalizada de las luces nocturnas, podemos recuperar el reloj de nuestros sueños y volver al trabajo o a lo que sea que cada uno y una hagan en la vida. Otra cosa será recuperar la memoria analógica porque ni los científicos comprenden los procesos biológicos y los cambios que se dan en el cerebro.
Este estupendo poema explica muy bien nuestro septiembre.
SOLO
Se han comido el silencio
las hormigas.
Las últimas chicharras del verano
taladran los cimientos de la luz. Lleno de harapos,
sobre las colinas,
como un mendigo ocre ha muerto el sol.
Todos se han ido: el cielo,
las alondras,
los niños que chillaban enloquecidos
hace un instante apenas
en la ladera. Del campo va adueñándose un rumor
de muselina. Cruzo la arboleda
completamente solo.
Huyen los pájaros. Ya nadie queda aquí, en mi corazón.
Autor: Alejandro López Andrada. Título: Parte de ausencias. Poemas del éxodo rural. Editorial: Hiperión.
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