Rosa Ortega Serrano
Descubrir lo que ya está descubierto no tiene mucho mérito, más bien parece de idiotas, pero he ahí mi condición. Hoy en día toda información se legitima y amplifica a través de las distintas redes de comunicación. No nos merecemos pensar, ya pensarán otros y nos dirán cómo somos y qué necesitamos.
Recuerdo que hace algunos años, la tendencia u opinión la marcaban los anuncios publicitarios. Nos vendían el producto y con sus imágenes nos indicaban cómo evolucionaban las artes plásticas, la tecnología y otros lenguajes más sociales y comunitarios. Un producto te cambiaba la vida, el carácter, la vivienda y por supuesto el modelo de familia, aunque aparentemente podías comparar y, por ende, elegir. Ahora no tenemos opción, esta tremenda polarización que nos lleva a sentir y desear in extremis y sin parecernos a nadie, hace que solo escuchemos a los que nos cuentan lo que ya hemos oído o queremos oír.
Sufrimos una paradoja informativa que no forma criterios, ni modifica pensamientos, pero construye mayorías absolutas. En mi pequeño universo hay otras muchas paradojas que también me desconciertan y generan sorpresa, les voy a relatar solo alguna de ellas: Vivimos en una sociedad de la opulencia, pero hay más pobres que nunca. En este mundo de libertades, cada vez más, actuamos en manada y obedecemos sin rechistar. En un ambiente de posibilidades, donde volar y trasladarse parece cosa de magia, no debemos viajar porque ya hemos contaminado todo nuestro entorno y el resto del planeta. En una escuela del diagnóstico, los protocolos y las intervenciones, los niños y las niñas sufren acosos, abandonos y falta dramática de cultura. En un universo donde los logros científicos se comparten con facilidad hay personas que se mueren por falta de vacunas. En un lugar lleno de maravillosos estímulos culturales, vamos a la guerra para entretenernos. En un país de viejos ponemos vallas para que las salten los que han de procurarnos nuestras pensiones. En este lugar, en esta tierra que tan bien nos trata, los humanos nos estamos cargando todas las especies que no nos sirven para algo.
Todas estas paradojas o contradicciones me llevan a considerar aquella otra, ya resuelta en el origen de las especies y que los hombres y mujeres, como sociedad que se mira el ombligo, todavía nos planteamos: ¿qué fue antes el huevo o la gallina?
Emily Dickinson, maravillosa poeta estadounidense, empleaba paradojas en su poesía para explorar temas como la vida, la muerte, la naturaleza o la experiencia humana. Sus poemas a menudo contienen imágenes sorprendentes que desafían las convenciones literarias de su época. Hoy disfrutamos de su compañía:
El agua se conoce por la sed;
La tierra- por los mares navegados.
El éxtasis-por el tormento-
La Paz- por el recuerdo de sus batallas-
El amor, por el moho de la memoria-
Por la nieve, los Pájaros.
Hablando de paradojas, Antonio Gamoneda, hombre sabio e ilustre poeta, se preguntaba el otro día en una entrevista en El País: “¿Para qué nos sirven los derechos si antes no hemos solventado las necesidades? Todos los españoles tenemos derecho a un techo, dice la Constitución, ¿dónde está ese techo para tantos? “.
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