Rafael de Frutos Brun
Cuando hace pocos días al caer la tarde decidí ir a saludar a mis amigos del Hayedo y preguntar al río Jarama por este verano tan atípico, seco para todos, pensaba relajarme viendo las maravillas que tiene nuestra tierra, pero me vine desilusionado y con mucho pesar de lo visto y lo vivido.
Antes de llegar a mi destino, ya vi algún resalvo con sus hojas chamuscadas por el sol. Entrar en el monte este año te lleva a pensar en años en los que las estaciones de primavera o verano te hacían vibrar con sus colores, su frescura, sus frutos. Solamente los acebos y la hiedra están verdes, porque hasta los helechos y los brezos no han llegado a su sazón.
Llevaba intención de alcanzar la Fuente del Encuentro donde otrora el vaquerillo ofreció agua a la pastora en su llara correspondiendo ella con un trozo de queso hecho en casa, disfrutándolo junto al río, con un amor para siempre.
Antes, por lógica, debía saludar a El Abuelo, pero al mirarle sentí un algo en mi cuerpo que no puedo describir. El brazo de El Abuelo y el lugar donde había estado su cabeza ¡se había desgajado a poca altura y estaba en el suelo! Me quedé mirándolo y ni siquiera me atreví a acercarme.
Sabía que estaba muy mayor y delicado, pero se mantenía en pie como esos abuelos que con sus dedos aporrillados apoyados en su garrota se rebelan contra viento y marea y siguen erguidos. Entonces comprendí que todo había terminado. Por mi mente pasaron escenas de una película inexistente que ya es sólo recuerdo. Le conocí en mi infancia y él ya era muy mayor, estaba radiante, con todas sus ramas, sus hojas verdes, con su mullido musgo y acompañado de su vecino río inseparable del Jarama, que a su paso siempre le enriquecía con el tempero para que fuera de los ejemplares digno de toda atención por su forma, altura y belleza.
En la vereda había un trozo de haya que servía para descansar a la vez que le separaba de la pradera. Ahí, con mis codos en las rodillas y las manos en la cara, parecía que sus ramas las habían colocado con tal delicadeza que el mejor artista no lo hubiera superado. De alfombra y en círculo, la pradera rodeada de helechos, viendo al jabalí que venía a comer las bellotas o al corzo aparearse en el tiempo de la berrea. Vuelvo a ver al vaquero y la pastora. Me ha parecido oír el retumbar de los truenos cuando había tormenta, desmadrarse el rio y llegar hasta tus pies cuando llegaba el deshielo con su blandura, la caída de tus hojas dejándote desnudo, vestido después con la nieve. He notado que las puntas de tus ramas empezaban a hincharse queriendo reventar siendo los grumos los que rompían. Entonces las hojas se volvían verde dejando un perfil de primavera y de vida.
Con el índice doblado me he restregado los ojos sin saber si estaba viendo una realidad o soñando con un revoltijo de ideas. Me he levantado y mirando al suelo, he empezado mi regreso a casa, no sin antes mirar a El Abuelo para decirle adiós y ha sido entonces cuando he caído en la cuenta de que todo era producto de mi fantasía.
La mayor parte del mismo estaba desmembrada y en el suelo.
El Abuelo YA NO HABLA.
Yo quiero tener un trozo tuyo, recogido del suelo, para llevarte atado conmigo en agradecimiento por lo mucho que me has hecho disfrutar. Este es mi homenaje.
Nacemos en este mundo
donde estamos caminando
sabiendo que moriremos
sin saber dónde ni cuándo.
Está grabado en mi mente
Y lo aprendí de pequeño
Que todos pereceremos
y sólo Dios es eterno.
Rafael de Frutos Brun
Montejo 31-08-2022
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