Paloma López Pascual (Psicóloga)
Recién estrenada la Feria, se fueron acercando tímidamente al interior de una de las carpas, para ver qué se iba a hacer ahí.
Yo partía con ventaja, porque ya había dos conocidos que iban a formar parte de la actividad: un señor que cumplía los requisitos de “persona mayor” y estaba dispuesto a participar activamente en la propuesta y una joven de 20 años, con los ojos y los oídos muy abiertos y expectantes a lo que allí fuera a suceder. Empezábamos bien con esa diversidad de edad, de género y, sobre todo, con esa generosa y genuina implicación que ambos mostraban.
Entonces llegó María, madrileña que también cumplía con las características de “persona mayor”; y me avisó: ‘¡¡Yo no creo en los psicólogos!!’.
‘Pero quizá en las psicólogas, sí’, le respondí en tono de broma. ‘Y si charlamos un rato -continué diciéndole-, quizá termines creyendo también en mis compañeros de profesión’. Rápidamente comprendí su escepticismo: unas circunstancias de vida aterradoras y penosas, ante las que cualquier psicoterapia se queda corta. Pero aun así se sentó junto con su marido a formar parte de la actividad, y decidimos comenzar: ya éramos un grupo. Un grupo al que se fueron uniendo más personas y en el que estaban representadas diferentes edades, procedencias y situaciones vitales. Llamativamente, no se asomaban sólo a curiosear, sino que cogieron una silla, se sentaron, y permanecieron hasta el final de la reunión dejando así estupenda constancia de su indudable capacidad de implicación y respeto por la tarea.
Para enriquecimiento del grupo, se incorporaron al círculo que formamos y que cada vez iba aumentando más en sillas y en tamaño, una mujer y dos hombres de “mediana edad” a quienes también les interesaba el tema: “salud y educación emocional con personas mayores”. Destaco las edades de cada participante para mostrar que, cuando de emociones se trata, no importan los años que se tengan. Los sentimientos abarcan cualquiera de las etapas de la vida. Y así se empezó a desarrollar la dinámica.
Nos centramos en el aprendizaje del manejo de las emociones; lo focalizamos en las personas mayores, porque es una franja de edad en la que probablemente se complica el sentir; sobre todo, porque la sociedad no llega a imaginar y quizá a aceptar que las emociones no se desvanecen con el pasar de los años; siguen existiendo, intactas y, además, se añaden otras nuevas y desconocidas para l@s más jóvenes.
Por eso la reunión fue tan “emocionante”, valga la redundancia; porque supuso un verdadero intercambio de experiencias y sensaciones, sobre muy diferentes temáticas: padres que hablaban de hijos, hijos que hablaban de padres, mayores que hablaban de relaciones de pareja, de amistad, de soledad, de trabajo, de jubilación, de nostalgia, de enfermedad, de cuidado, de maneras posibles de gestionar las emociones negativas para poder disfrutar de las positivas… Parece mentira que, en hora y media, nos diese tiempo a tocar tantos palos y de una forma tan profunda.
Hubo un momento único en el que se alinearon los astros: mientras uno de los participantes relataba su experiencia y dolor emocional de una forma intensa y vívida para el grupo que empatizó absolutamente con él, se inauguraba la Feria y entraba a la carpa en la que estábamos el Pasacalle, gaita y tambor en pleno auge, seguido de gente bailando y celebrando la fiesta.
Interrumpí el discurso un momento para decirles que justo ése era el motivo por el que estábamos allí: la vida misma se estaba representando en ese instante. La risa y el llanto pueden y deben convivir. Son emociones antagónicas, sí; pero es importante que aprendamos a combinarlas e integrarlas porque ambas, antes o después, incluso a veces exactamente al mismo tiempo, forman parte de esta “feria” que es la vida y que estuvo representada en ese espacio que, afortunadamente y por lo que les estoy muy agradecida, la Organización de la Feria de la Sierra Norte tuvo a bien concedernos.
Mi más profundo agradecimiento a las personas de todas las edades que participaron; especialmente a l@s mayores que, una vez más, nos ofrecieron la posibilidad de aprender de su experiencia, nos dieron lección y ejemplo de su capacidad de procesar emociones que a veces resultan muy indigestas y nos dejaron la evidencia de que las buenas y positivas están muy presentes e intensas en esa etapa de la vida.
¡Ah! Y muchas gracias a María y a su marido, que se despidieron cariñosamente de mí a última hora de la tarde, entre sonidos y bailes de jotas, diciendo que habían pasado una jornada estupenda y que volverían pronto a los pueblos de nuestra Sierra Norte.
Juanma, muchas gracias por tus palabras!! Me emocionan mucho. Y no es un guiño a propósito de la actividad, no; me emocionan de veras.
Esos espacios de comunicación y expresión no los construyo yo sola, ni mucho menos. Siempre se dan gracias a las personas que trabajan conmigo. Así que, te agradezco mucho -por la parte que te toca-,
que tú también me ayudes a construir esos espacios de comunicación, expresión, aprendizaje y, sobre todo, de mucha emoción. Gracias!!
Muchas gracias por tu comentario, Veva!! Realmente, así fue: además de interesante, muy emocionante.
No había temor a que no hubiese participación, pero sí estábamos expectantes pensando cómo sería la acogida de esta primera incursión de lo emocional en la Feria. Afortunadamente, las emociones -siempre presentes aunque poco habladas- tuvieron voz a través de los testimonios e intervenciones de tod@s l@s participantes en la actividad. Espero que volvamos a tener un espacio para ellas y sobre todo para nuestr@s mayores el próximo año. Gracias de nuevo!!
Excelente profesional que con mucha inteligencia y energía sabe construir nuevos espacios de comunicación y expresión. Felicidades
Realmente interesante, parece que el temor inicial de que no se cumpliría el cupo,se superó y llevasteis a cabo un trabajo interesante demostrando la posibilidad de conseguir el éxito con un buen guía, a pesar de los escépticos y consiguiendo la participación del diálogo general para el consenso de todos, sin olvidar el broche final tan oportuno para conciliar alegrias y penas.