Rosa Ortega Serrano
Por fin miércoles, puedo salir de casa sin mascarilla y no me atrevo. Llevamos dos años metidos en este carnaval sanitario que tapa bocas y obliga a sonreír con los ojos. Cuando esto empezó soñábamos con recuperar la normalidad y ahora nos hemos acostumbrado a la máscara. Para nosotros, los mayores, estos dos años son solo una anécdota dolorosa. Para niños y adolescentes es una parte importante de su vida. Las personas que les gustan, que les riñen o enamoran solo tienen ojos, falta por desvelar sus labios carnosos, la pizpireta nariz o el prominente mentón. Habrá decepciones, rupturas, burlas, ¿pero se atreverán a hacerlo? Hay rumores, noticias, informes médicos que dicen que no, que esto les costará pasar por el psicólogo. No es gratis sobrevivir a una pandemia, vivir en un planeta que se desintegra y ser joven.
Esta máscara como la de los enmascarados del ku klus kan, los forajidos o spiderman,
también miente. Con ella hemos tapado arrugas, decepciones, insultos, dientes torcidos y si como dicen los psicólogos la búqueda de la identidad personal y de grupo es la tarea y responsabilidad del sujeto, algunos, los más afortunados pueden soñar con ser otros, empezar de cero. Por ejemplo, los que hicieron negocio con la pandemia y cobraron comisiones desorbitadas por las mascarillas, pueden trabajar en residencias de ancianos como voluntarios el resto de sus vidas. Hay cambios de identidad necesarios para alcanzar la dicha eterna.
No voy a seguir por el camino de los ladrones, de los empresarios que hacen magia con el dinero público, de los aprovechones, de los listillos y de los desaprensivos porque me dan más miedo que quitarme la mascarilla. Volvemos a la poesía con el deseo de que poco a poco vayan cayendo las máscaras, el estrés, el virus, la guerra y sigamos desarrollando esta capacidad de adaptación a la vida.
Mario Benedetti. Escritor y poeta uruguayo.
No me gustan las máscaras exóticas
Ni siquiera me gustan las más caras
Ni las máscaras sueltas ni las desprevenidas
Ni las amordazadas ni las escandalosas.
No me gustan ni nunca me gustaron
Ni las del carnaval ni la de los tribunos.
Ni las de la verbena ni las del santoral.
Ni las de la apariencia ni las de la retórica.
Me gusta la indefensa gente que da la cara
Y le ofrece al contiguo su mueca más sincera
Y llora con su pobre cansancio imaginario
Y mira con sus ojos de coraje o de miedo.
Me gustan los que sueñan sin careta
Y no tienen pudor de sus tiernas arrugas
Y si en la noche miran/ miran con todo el cuerpo
Y cuando besan/besan con sus labios de siempre.
Las máscaras no sirven como segundo rostro
No sudan/no se azoran/jamás se ruborizan
Sus mejillas no ostentan lágrimas de entusiasmo
Y el mentón no les tiembla de soberbia o de olvido
¿quién puede enamorarse de una faz delegada?
No hay piel falsa que supla la piel de la lascivia
Las máscaras alegres no curan la tristeza
No me gustan las máscaras, he dicho.
*(De un poema de Jorge Luis Borges)
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