Saliendo de Montejo por la carretera que va hacia La Hiruela, justo a los dos kilómetros, encontramos un ramal que sale a la derecha. Ahí nos encontramos una solana de tierras rosadas junto al cauce del Arroyo del Valle que tiene por nombre el de La Tejera.
¿Y por qué se llama así? Intentaré poner los puntos sobre las íes, basándome en testimonios y documentos, algunos cedidos por el Excl. Ayuntamiento de Montejo, que han llegado a mis manos.
Nos tenemos que retrotraer más de cien años para encontrar el primer contrato. Fue en el verano de 1907 cuando Jesús Rodríguez Portela, tejero de profesión, acordó con el Ayuntamiento de esta Villa fabricar dos hornadas de teja cumpliendo unas condiciones expuestas en siete artículos. Y en 1908 fue el tejero Eduardo de Santiago Lorenzo el que firmó un nuevo contrato, prácticamente calcado del anterior, pero con pequeñas diferencias, como que ahora son los dos Ayuntamientos, el de Montejo y el de Prádena, los que arriendan La Tejera por ocho años, entre 1808 y 1916, “en la proporción de dos terceras partes, el primero de dichos Ayuntamientos como propietario del terreno y el segundo de la restante” por suministrar el brezo que se utilizará como combustible en el horno. El tejero se comprometía a arreglar el área de La Tejera, a pagar la tierra y la leña a los dueños de donde la tomara, “a satisfacer al Ayuntamiento de Montejo de 500 tejas por cada hornada que fabrique y a vender cada 100 tejas al precio de 4 pesetas, cada 100 ladrillos a 3 pesetas y 75 céntimos y cada 100 baldosas a 8 pesetas. El patrón o modelo es el que le señale como de uso corriente el Ayuntamiento”. Lo firman alcaldes, el tejero y siete vecinos.
Este contrato se mantuvo durante los 8 años y al finalizar el mismo el tejero tuvo que “dejar el horno y la casilla en condiciones de poderlos utilizar a juicio de peritos propuestos por acuerdo efecto de ambas partes”.
Durante los cuatro años siguientes no se vuelve a utilizar el horno, y en ese periodo se redactan las bases de los futuros contratos para “hacer constar lo siguiente:
1º Que para el disfrute de La Tejera que se halla en este término municipal se divide en tres partes, de las cuales dos corresponderán al pueblo de Montejo y una al de Prádena.
2º Los gastos de reparación serán sólo a cuenta de Montejo.
3º Es condición de los dos pueblos… …se pongan de acuerdo, y que ambos dos suscriban con el que ha de hacer la teja el correspondiente contrato.
4º La leña que se necesite para todas las hornadas futuras siempre que se haga teja será extraída del término municipal de Prádena y pagada por el tejero al Ayuntamiento de Montejo, en beneficio por los gastos que ocasione la reparación de La Tejera.
5º El barro para la teja será de Montejo y pagada por los tejeros.
6º El número de tejas que en concepto de renta deba pagar el tejero por cada hornada será para Montejo porque las que correspondieran a Prádena las deja también a beneficio de Montejo por la reparación de La Tejera.
Y se firma en Montejo a 13 de abril de 1920”.
Vuelve a ser en 1922 cuando un particular, Esteban Cristóbal, acuerda con el Ayuntamiento contratar a un “tejero competente bajo su responsabilidad” y convertirse en el coordinador de los pedidos de ese año. A cambio debía entregar 500 tejas al Ayuntamiento y pagar 20 pesetas por la leña y 8 pesetas y 75 céntimos por la tierra de cada hornada.
No sabemos cómo le fue el negocio a este vecino, pero al año siguiente, 1923, vuelve a ser el Ayuntamiento el que acuerda contratar con don Juan Vargas Alonso, tejero profesional, de la Guardia (Pontevedra) para que fabrique dos o tres hornadas a partir de la primera decena de agosto hasta últimos de septiembre, utilizando la “gradilla” con las medidas habituales. Y cobrará por cada 100 tejas o ladrillos 8 pesetas y 50 céntimos. Eso sí, todas las piezas cocidas han de ser reconocidas y dadas por buenas por una comisión del Ayuntamiento.
En 1927 los Ayuntamientos de Montejo y Prádena arriendan La Tejera a Antonio Vicente Portela, tejero, natural también de La Guardia (Pontevedra), por las habituales 500 tejas, 20 pesetas por el brezo y 9 pesetas por el barro y hornada. El tejero estará autorizado a vender y “percibir por cada ciento de tejas 7 pesetas” y “si no hubiera pedidos [por los Ayuntamientos] para las tejas fabricadas, dependerá de los sobrantes libremente el tejero para venderlos a quien le conviniera y al precio que estipulara”
En 1931 se vuelve a arrendar La Tejera, por parte de los Ayuntamientos, al tejero Victoriano Renda Alonso, nuevamente de La Guardia (Pontevedra) “para que fabrique en ella una o dos hornadas de teja desde primero de agosto próximo en adelante”. Cobrará el tejero 9 pesetas por cada 100 tejas y 8 pesetas por cada 100 ladrillos que venda. Y “es obligación del tejero referido repartir la teja fabricada en dos partes a los vecinos de esta villa que las pidan según lista que le facilitará el Ayuntamiento y una parte a los vecinos de Prádena”. Y el tejero abonará las famosas 500 tejas, las 20 pesetas por la leña y las 9 pesetas por el barro de cada hornada.
En 1940 es con Casiano González Vicente, también de La Guardia, con quien el Ayuntamiento de Montejo en solitario firmará el contrato que obligará al tejero “a hacer dos hornadas cada año de los cuatro que han de seguir este contrato”. Las tejas las venderá a 15 pesetas y 50 céntimos cada cien de ellas y dará al Ayuntamiento sus 500 tejas por hornada.
En 1944 el señor González renovará el contrato con las mismas condiciones por cuatro años más.
El ultimo contrato es de septiembre de 1958. El tejero José Pereira Carballo, vecino como todos de La Guardia (Pontevedra), contrató por 10 años La Tejera a cambio de 500, en este caso, pesetas por cada uno de los tres primeros años y 1.000 pesetas por cada uno de los siete años restantes. El tejero tiene que buscar los clientes que quieran sus tejas y comprar el barro y la leña por su cuenta y riesgo. Y el riesgo debió de ser alto pues en el año 1961 solicita al Ayuntamiento la rescisión del contrato por “serle la explotación de la misma antieconómica”.
Algún año después se vuelve a utilizar La Tejera, de forma particular, para cocer los ladrillos de dos edificios de Montejo, pero no tengo documentación que así lo atestigüe, sólo comentarios de personas que creen recordarlo.
Después de toda esta amalgama de Ayuntamientos, tejeros, fechas, contratos y números ubicaremos La Tejera.
Estaba La Tejera en una explanada junto al Arroyo de Valle, de donde tomaban el agua que mediante un pequeño reguero. Este reguero conducía el agua a unas pozas artificiales donde se amasaba y descantillaba el barro con los pies descalzos. Una vez conseguida la consistencia deseada se pasaba el barro a una mesa de trabajo donde se iba llenando una “gradilla” para darle el tamaño deseado y después a un “galápago” para darle la forma. Eran tejas de estilo árabe, curvas. Tenían 45 cms. de largo por 25 cms. por la parte ancha y 20 cms. por la estrecha. A continuación, se dejaban secar al sol en la explanada. Disgusto gordo, para el tejero si al estar la era completa de tejas secándose, venía una tormenta de agua o granizo. Con los brazos abiertos y mirando hacia el cielo decía “Ten piedade Señor tes un fillo tecedor”
Aquí también había una pequeña casilla que era la vivienda del tejero durante la cocción. Junto a la casilla nos encontramos el horno.
Constaba el horno de dos pisos. En la planta baja se prendía el fuego y se atizaba metiendo brezo y estepas y en la parte alta, que estaba entrevigada, se organizaban las tejas una vez secadas al sol. Se colocaban en vertical, de tal manera que el calor pasaba a través de ellas. A continuación, se encendía el horno con el brezo cortado en la parte derecha del arroyo, en terreno de Prádena, de ahí que tuviera Prádena una parte, y durante unas 12 horas se le ponía combustible continuamente. Después se cerraba por arriba con el fin de que el calor permaneciera dentro y las tejas se terminaran de cocer. El calor residual las seguiría recociendo durante cuatro o cinco días, hasta que se enfriaban. Si las tejas estaban bien cocidas no tenían fecha de caducidad y durarían muchos años. Dice el refrán: “No compres cosa vieja que no sea teja”.
Montejo surtía de tejas a los pueblos linderos para cubrir sus tejados. Unos con teja vana (todas las tejas boca arriba) y otros dobles (poniendo encima de las canales una teja boca abajo para cubrir las otras.) Era el tejero el que se dejaba ver por los pueblos para recibir los encargos que le pedían los vecinos, porque ellos fabricaban sobre pedido. Hoy sigue habiendo gran cantidad de tejados de toda la Sierra cubiertos con tejas fabricadas en La Tejera de Montejo.
Me he acercado a La Tejera y allí quedan los restos de lo que fue una pequeña industria. Sigue en pie el horno con sus cuatro paredes, de más de tres metros de alto, y se ve el agujero que servía de cebadero de leña, y por donde se accedía a la zona de fuego. Hoy anegado y lleno de barro. De la techumbre del mismo no queda nada. Dentro de la zona de cocción la naturaleza se ha ido haciendo dueña del espacio y allí ha crecido una salguera de más de cinco metros de alto. De la casilla del tejero sólo quedan caídas las piedras que formaban el habitáculo y todo está lleno de espinos, zarzales, arbustos y cambrones. Esparramados por el suelo encuentro los restos de tejas y ladrillos desechados en su día por no cumplir con las condiciones impuestas por los “peritos” de los Ayuntamientos.
El silencio, sólo roto por el sonido del agua que baja por el arroyo, contrasta con el bullicio que debió de haber aquí cuando la cuadrilla de tejeros se afanaba en la fabricación de las tejas y ladrillos que ayudaron a crecer a Montejo.
Cuando vuelvo a casa siento pena por ver el estado en que se encuentra el lugar y pienso si no sería interesante recuperar esta pequeña joya industrial para que vuelva a ser testimonio de nuestro patrimonio e historia.
Las Administraciones tienen la última palabra.
Rafael de Frutos Brun
Montejo de la Sierra
Marzo de 2022
Magnífico artículo y recuperación de la memoria escrita de los anales de Montero y Prádena. Qué suerte tener un historiador como Rafa de Frutos.
Me parece excelente la idea que propone y a la que me suscribo por entero.