Rosa Ortega Serrano
Dicen que el ministro de Consumo ha cometido un error abriendo un debate imposible sobre las macrogranjas. Dicen que este señor que, entre otras muchas cosas, debe legislar sobre todos esos productos que nos permiten alimentarnos y que distan mucho de aquellos que nuestros antepasados, cazadores-recolectores se llevaban a la mesa, se ha equivocado intentando hacer su trabajo. Dicen que ya existe un gran poder (papá estado) que nos pone en el supermercado todo tipo de productos nutritivos y nos indica la dieta de moda según la industria y sus poderosas redes. Dicen y gritan que ¿cómo se atreve este ministrillo de tres al cuarto, a opinar sobre lo importante e intentar polemizar sobre algo tan masculino como es el tipo de ganadería que queremos tener en este país?
No importa el ruido generado por políticos y periodistas, el debate ha quedado abierto y todos debemos opinar porque todos somos consumidores, compartimos suelo con seres vivos comestibles y tenemos la obligación de cuidar el planeta.
A pesar de ese derecho a manifestar mi opinión, este tema me da reparo. Me gustan las vacas que me encuentro en el camino, oigo como los ganaderos que conozco, las llaman por su nombre y veo como estos vecinos ganaderos cuidan el campo y atienden a sus animales de día y de noche. Sin duda, envían a sus queridos animales al matadero, pero ellos se ganan así la vida y el resto nos comemos la carne y los huevos. Estas explotaciones familiares, de gente que vive del campo y en el campo, constituyen el 85% de todas las granjas del país, a esto le llaman ganadería extensiva, social o familiar. El otro 15% son macrogranjas, ganadería industrial que requiere gran capital para montarla, que produce carne barata y contamina los campos.
Parece claro que la amenaza de los ganaderos son estas grandes empresas de producción masiva de carne, llamadas macrogranjas. No pueden competir con sus precios y requieren una gran inversión solo al alcance de grandes empresas cárnicas.
Antes decía que me daba reparo hablar de este tema, creo que es porque las vacas pasan por la puerta de mi casa, porque no puedo aportar más que rasgos sentimentales a esta controversia y porque intuyo que pretender de golpe un modelo de producción más ecológico y sostenible, dejaría sin comer a mucha gente, recordemos que comer bien es caro y solo al alcance de unos pocos.
JANE GOODALL decía el 19 de enero en El País: “No podemos cerrar todas las macrogranjas pero podemos mejorarlas”, esta conocida y respetada científica, primatóloga y antropóloga británica explica que no se puede cerrar de golpe toda la ganadería intensiva pero invita a dar pasos para mejorar las condiciones en que viven los animales.
Este puede ser un tema de debate, ¿cómo podemos ir mejorando la vida de esos animales que ya están en esas macrogranjas y cómo hacer que esté garantizada la producción de carne de buena calidad para todo el mundo? Las asociaciones de ganaderos proponían un modelo de etiquetado distintivo para los alimentos procedentes de explotaciones familiares y poder vender sus productos directamente a los consumidores (¿Redes de grupos de consumo?). Son solo ideas, supongo que no hay nada como dialogar y buscar soluciones entre todos. Recupero un breve texto en el que Sócrates hace referencia al robo por parte de Heracles de las vacas de Gerión:” Sin haberlas comprado, ni habérselas dado se llevó las vacas, convencido de que es cosa naturalmente justa que las vacas y todos los restantes bienes de los débiles e inferiores pasen a ser del más hábil y del más fuerte”.
Sé el primero en comentar sobre "REBELIÓN EN LA GRANJA"