Cuantos no echáis de menos, un torrezno, una rosquilla o una vainilla. O un cacho de pan de hogaza regada con vino y azúcar. O una costilla de la olla y una regañina a tiempo y a la vez esconderte tras la falda de la abuela, para que no notaras el acoplamiento de tu culo con una zapatilla de tu madre ¿Cuántos? Eh…
Yo no he tenido la suerte de conocer a mis abuelos, desgraciadamente para ellos. Para mí, también. Por supuesto. Ya no solo por conocer a un halaja como yo, algo impagable. Si no porque además hubieran vivido unos años más, algo que hubieran agradecido y sus familiares más. Pero la crudeza de la vida, los años, la guerra, esas cosas que acaban con uno.
Yo no he conocido a mis abuelos, como acabo de contar, pero he podido conocer y disfrutar de algunos de sus quintos, año arriba o abajo. A los parientes que afortunadamente pasaron la prueba de sobrevivir a todo lo anterior e incluso a mí…gente ruda pero cariñosa, leal, adorable y generosa a raudales.
Yo podía ir a casa de La Tía Cual, que del Tío Pascual. Que aunque no fueran familia se utilizaba este pronombre tan familiar. El recibimiento siempre era caluroso, cariñoso, familiar y agradable. Se desvivían para darte lo que tenían, una manzana, una pera o un cacho de pan mojado en vino y un poco de azúcar y, porque no, un sorejazo cariñoso por espabilao y “pa que aprendas”. De todo, de lo uno y de lo otro.
Yo entiendo que ser abuelo ahora no es como cuando yo me criaba. Cuando los de mi generación nos criábamos, íbamos a todas partes con la familia. A recoger patatas, sentados en una manta a la sombra de un nogal y si te llamaban para que jugaras un rato, recogías las patatas pequeñas y las echabas en un cubo y te lo pasabas pipa, Eso sí, acababas hecho un eccehomo, pero como con eso ya contaban, pues miel sobre hojuelas.
A la hora de comer, se traía unas judías con chorizo y arroz o un cocido en el que se apartaba la sopa, para cortar unas rebanadas de pan y después los garbanzos con el acompañamiento. Bota de vino y a compartir la pitanza y tú allí como un Dios en pequeño, prescindible en esos momentos, o no, pero muy importante y repleto de cariño. Porque eso es lo que eres para los tuyos, la continuación de sus esfuerzos y sacrificios. El que los engrandecerá, supuestamente…
Los abuelos lo disfrutaban como lo sentían, porque el cariño que recibieron lo sentía tan dentro, que lo ejemplarizaban con su esfuerzo y con su manera de vivir, de educar, de ser y sobre todo de transmitir sus vivencias. Ver a un abuelo hacer una cesta de mimbre con sus manos nudosas, hábiles, a pesar de los primeros síntomas de Parkinson, mientras le cuelga de la boca un cigarro de picadura y le sobresale la mecha del chisquero del bolsillo del chaleco. Eso era algo impagable. Que, desgraciadamente no volveremos a ver ni disfrutar, pero la imagen permanece en la memoria para siempre.
Cuantos recordaran, pelar judías en el delantal de la abuela. Yo eso lo recuerdo con alguna vecina mayor y después con mi madre. Esas judías que no se habían terminado de secar al sol, donde eran pisadas en un saco extendido o una manta, Bueno pues esas que quedaban se abrían a mano al regazo de la abuela, que la vez te daba una serie de directrices para tu futuro.
Los abuelos de ahora, desgraciadamente, la mayoría, no tiene un huerto donde llevar a su nieto a coger judías. No porque no les gustaría, estarían encantados, estoy seguro y porque, además no viven en el pueblo y si lo hacen el modo de vida ha cambiado radicalmente. Solo encuentran personas afines a ellos, en un parque, que es una cárcel, repleta de ciudad, de perros cagones y de falta de libertad, donde todo está escrito, lo que debes o no hacer y porque hacerlo o no. Todo se compone de normas urbanas, de semáforos, de tráfico y de humo. El problema de los abuelos de ahora es, que no han dejado de ser padres. Siguen siendo los padres de sus hijos y de sus nietos, porque la sociedad en la que intentamos sobrevivir no les permite tener la LIBERTAD de ser ABUELOS. Son doblemente padres. Una triste y real putada. Para ellos y para los suyos.
Quien pillara la huerta, las patatas, las judías y arañarse al pasar por un zarzal. Ahora las zarzas con las que se pinchan, son más dañinas, porque no solo te hieren la pierna. Te hieren el alma y las cicatrices no se cierran de un día para otro, esas cicatrices siguen hiriendo y no les importa las lágrimas.
Ojalá la siembra de los abuelos modernos, aunque sea sin huerto, y, aunque sea con lágrimas. Esas lágrimas sirvan para regar el futuro de sus nietos y su futuro florezca sin ninguna nube…sin ningún trueno y, si hay zarzas, que pueda recoger moras para hacer una buena mermelada y disfrutarla con ellos…
GRACIAS ABUELOS
Luis Fco. Durán Carretero
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