Rafael de Frutos Brun
Porque los médicos lo aconsejan, al mismo tiempo que por ser bueno para el cuerpo y además porque así demostramos los sentimientos del alma, decidí emborronar unas cuartillas expresando lo que sentía.
Para ello emprendí un paseo por diferentes lugares del término de Montejo visitando los caminos, las veredas, los collados y las callejas más estrechas del pueblo.
En este recorrido me dio tiempo para pasear, sentarme, descansar, admirar el campo y sobre todo pensar y recordar, mientras sentía un escalofrió en todo el cuerpo ante el panorama que estaba contemplando. Voló mi mente hacia los años mozos y sentí pena, tristeza y nostalgia al recordar aquellos años. Y es que mirando alrededor de por donde caminaba encontré el campo triste, como si estuviera solo, enfadado, como si su belleza le hubiera abandonado. Creo que si el campo hubiera sabido hablar me habría contado su problema, sus quejas, su abandono. Pero los campos no hablan.
Y como en una película de cine mudo vi todas las tierras en barbecho, sin arar, sin sembrar, sin quitar aquel espino al que el abuelo no dejaba crecer y donde ya no se notan ni los surcos del arado romano de antaño. Hasta las flores parecen que no quieren a abrir sus pétalos. No hay trigo, ni centeno, ni cebada, ni el abundante lino que sembraban lo abuelos y como resultado del mismo llegó a haber en Montejo siete tejedores. Aquí se elaboraba el lienzo para hacer camisas y sábanas y costales y mantas de tiras.
Un triste silencio reina en el campo, sólo el viento se oye al tropezar con las pardas hojas de los resalvos para dejarlos desnudos.
No he visto cabras, ni ovejas, ni caballerías y no he escuchado el tintineo de sus cencerros, sólo unas cuantas vacas que no han dormido en cuadras por estar siempre en el campo. Llevamos muchos años sin ver un carro tirado por una yunta de vacas por el pueblo. Por el contrario, los fines de semana vemos nuestras calles y plazas abarrotadas de automóviles.
Y las fuentes que los pastores aclaraban, ya no manan. Sólo unos juncos demuestran que allí hubo agua. No trae agua el Arroyo de la Praira, ni el de las Cardosillas, sólo se siembran cuatro huertos cerca del pueblo y lo hacen los ancianos más por estar entretenidos que por el fruto que les pueda dar la tierra. Cuando pase esta generación ni se recordará dónde estaban las huertas.
He llegado a la peña de Balagares donde, si digo verdad, no sé si he estado sentado, de pie o tumbado. Pero en este balcón desde donde se divisa gran parte del municipio han vuelto a mi mente imágenes del Montejo de mi pasado. La madre y la hija con sus cestas de lavar a la cadera bajando al río a lavar la ropa. También las he visto cociendo el pan cada diez o doce días. Allí estaban el alcalde, el cura, el médico, el maestro, el secretario, el barbero, el herrero, el albardero, el que traía la leña con el burro, el pastor, el labrador, el porquero, el vaquero, el zapatero, el que hacía los yugos y los arados, los esquiladores, los carboneros, los niños en la plaza con aquel bello alboroto de sus juegos, las tabernas, los comercios, la panadería, el que venía a vender pucheros y verduras con un carromato tirado por mulas. Eran tantos…
He escuchado la música de las campanas, de la banda y de la ronda y a los joteros. Y he vuelto a estar en las fiestas del cordero, del Corpus, del hornazo, del Judas, del entierro de la sardina, de la cerradura, de la reguera, de los mayos. En la matanza, el esquileo, la Nochebuena, la función y sobre todo en la Romería llevando a la Virgen a su ermita, parando a bailar en los Llanos y corriendo la bandera. Y haciendo rogativas por una buena cosecha en los pedazos mientras se cantaba a la Virgen una salve.
Y finalmente, he visto al alguacil dando sus pregones en tiempo de era y trilla por el Soto, en las Eras del Abajo, en el Calvario, en los Llanos y, aquí, en los Balagares, donde un servidor quiere dar también el pregón del Montejo que él ha vivido.
Ya sé querido lector, si has tenido la paciencia de leer hasta aquí, lo que estás pensando y lo comprendo, y es lógico, pero tengo que decir en mi descargo, que tal vez nuestros hijos y nietos tengan la oportunidad de poder leer estas líneas y podrán saber cómo vivieron sus abuelos. Hoy se habla mucho de la ESPAÑA VACIA y no soy yo, Dios me libre, el que sepa ni deba arreglarlo. Sólo he intentado contar las imágenes vistas durante este paseo, sabiendo que todo lo que se escribe se puede leer.
Montejo de la Sierra marzo de 2020
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