Rosa Ortega Serrano
Me está costando mucho escribir este mes, incluso había desistido de hacerlo. Creo que estoy saturada de mensajes, correos, ruedas de prensa, telediarios y de toda información, sea veraz, bulo o broma pesada y sin embargo, no puedo pasar sin ella. Consulto el móvil entre trescientas y cuatrocientas veces al día, abro los periódicos, pongo la tele, oigo la radio y, cuando por fin me doy cuenta de que mis ojos son un caleidoscopio y mi entendimiento es nulo, abandono el utensilio virtual y me voy a ordenar armarios. En un rato, oigo el llanto apagado de mis criaturas tecnológicas y acudo a ellas con dos grandes círculos húmedos en mis glándulas mamarias, porque a medida que leo y releo, escucho e interpreto, mi preocupación y desasosiego van en aumento.
Está claro que estamos perdiendo el sentido de la realidad por el confinamiento y que, como me contaba hoy un compañero de trabajo, ya empezamos a hablar con el microondas o la cafetera (él decía arrastrado por su humor que no podía hablar con la lavadora porque daba muchas vueltas). Pero lo verdaderamente raro es pensar en lo que ocurre fuera. Las cosas no son si no las vemos, o como les ocurre a los bebés con la permanencia del objeto: si no veo a mamá, deja de existir. Luego, ¿será esto una peli de ciencia ficción y ha habido un ataque extraterrestre y me he quedado confinada (que suena a confitado, conservada en almíbar) con mi marido, mi suegra y dos hijos adolescentes? Parece guasa.
Pero lo que no es una broma es cómo se extiende esta enfermedad, con su reguero de enfermos, muertos, sufrimiento y caos económico. Algunas happy flower como yo, queremos pensar que una catástrofe mundial como esta nos hará más solidarios, más generosos, más cuidadosos con el medio ambiente, que no dejaremos gobernar nunca más a los imbéciles, ni olvidaremos, la importancia de invertir en ciencia, sanidad y educación pública.
Hoy me había pedido el jefe que sobre todo, no me pusiera dramática. Así que cambio de tercio, acumulo abrazos para cuando nos veamos y como hacen los periódicos importantes, os voy a recomendar libros.
Leo en algún sitio que hay plataformas, que están permitiendo la descarga de sus libros sin coste alguno. Aprovechemos este tiempo para iniciar, recuperar o mantener el hábito de la lectura, en voz baja e intima o en voz alta y compartida. Para cada uno, consigo mismo o para nuestros compañeros y compañeras de este encierro necesario, pero irreverente, con la lacra democrática de la libertad individual.
En primer lugar, el ensayo estrella de esta temporada: El infinito en un junco de Irene Vallejo, un libro que nos cuenta la historia de los libros. ¡Estupendo!
Un cómic de Axtérix y Obélix como homenaje a su creador Albert Uderzo, fallecido hace unos días. Una novela policíaca: El hombre que volvió a la ciudad de Michael Hudson.
Y un clásico de lectura obligada, Lord Jim del escritor universal nacido en Polonia, Joseph Conrad.
El poema es de Claudio Rodríguez (Zamora, 30 de enero de 1934-Madrid, 22 de julio de 1999), poeta de la llamada generación del 50, tan castigada en este momento por el maldito virus.
LO QUE NO ES SUEÑO
Déjame que te hable en esta hora
de dolor, con alegres
palabras. Ya se sabe
que el escorpión, la sanguijuela, el piojo,
curan a veces. Pero tú oye, déjame
decirte que, a pesar
de tanta vida deplorable, sí,
a pesar y aun ahora
que estamos en derrota, nunca en doma,
el dolor es la nube,
la alegría, el espacio;
el dolor es el huésped,
la alegría, la casa.
Que el dolor es la miel,
símbolo de la muerte, y la alegría
es agria, seca, nueva,
lo único que tiene
verdadero sentido.
Déjame que, con vieja
sabiduría, diga:
a pesar, a pesar
de todos los pesares
y aunque sea muy dolorosa, y aunque
sea a veces inmunda, siempre, siempre
la más honda verdad es la alegría.
La que de un río turbio
hace aguas limpias,
la que hace que te diga
estas palabras tan indignas ahora,
la que nos llega como
llega la noche y llega la mañana,
como llega a la orilla
la ola:
irremediablemente.
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