Rafael de Frutos Brun – Montejo de la Sierra
No hace muchos días, revisando unos papeles de otro tiempo y estando uno de mis nietos presente, me preguntó: ¿abuelo, a qué edad fuiste tú al colegio? A raíz de esta pregunta, enlazamos una conversación que me parece, quiero plasmar ahora.
Para nosotros no era el colegio, era la escuela;
¿y cuántos profesores teníais? Solo teníamos un maestro, el sr. maestro
¿y cuántas asignaturas? Bueno, teníamos una enciclopedia y en ella estaban las materias de historia, religión, matemáticas, geografía, lengua…todo
¿eras buen estudiante? ¿te suspendieron algún curso?. No me suspendieron porque no nos examinaban, pasábamos al año siguiente a un grado superior.
Cuéntame abuelo lo que hacías a diario; pues vamos a ello:
Hace 75 años cuando iba a la escuela, recuerdo que me compraron una pizarra donde D. Emiliano me mandó que hiciera “palotes” (rayas en vertical en mi pizarra), luego aprendí las letras en una cartilla, después me dijeron cómo se juntaban para hacer las palabras; igual hice con los números: aprendí a conocerlos y saber contar primero hasta diez, después hasta cien, poco a poco; eso es lo que hacíamos los pequeños. A los mayores les enseñaban otras materias de la enciclopedia.
Mi escuela estaba situada en la calle del Pozo dividida en dos plantas donde las niñas estaban arriba y los niños abajo hasta que hacia 1950 se hizo el Ayuntamiento nuevo y se ubicaron las 2 aulas en la misma planta, niñas a la derecha y niños a la izquierda. Al no haber agua corriente en las casas, tampoco había baños, así que íbamos a la calleja de la carrera.
La escuela era un habitáculo rectangular, con un gran ventanal al mediodía, otro de las mismas dimensiones que daba al poniente y junto a esa ventana estaba la estufa de leña de la que salía el tubo de los humos. Se entraba a la escuela por la puerta del Ayuntamiento y al entrar, te encontrabas una gran tarima donde se sentaba el maestro y donde hacíamos la lectura. En el frente un crucifijo y a cada lado las fotografías del Jefe del Estado y de José Antonio; en la parte izquierda un armario con los libros de lectura, a la derecha el encerado o pizarra acompañado de un mapa de España y en la mesa el globo terráqueo que giraba sobre su eje; de la pared colgaban también un compás de madera, la escuadra, la regla y el cartabón.
Entrábamos a las 10 de la mañana y de pie rezábamos un Ave María.
Lo primero lectura por grupos, los que leían mejor en el primer grupo, siguiendo todos el mismo texto y atendiendo al que leía; después hacíamos un problema en la pizarra, a continuación un dictado, y terminábamos con la explicación de alguna materia bien historia, religión, lengua, geografía etc…
La “asignatura” que más nos gustaba era la del recreo; salida a comer y de vuelta a la escuela, pero menos tiempo; las tardes de los jueves íbamos al campo y nos explicaban cosas de la naturaleza y de juegos. Nuestros compañeros de trabajo eran Miranda Podadera, Bruño, Errandonea, Vives..
En la escuela estábamos hasta los catorce años que se terminaban los años de estudio para empezar a ayudar a los padres.
En una de las salidas de los jueves con un maestro llamado D. Teodoro, nos llevó a un lugar donde había cerezos salvajes y de ellos sacamos una especie de resina que sueltan estos árboles haciéndole una brecha en su cáscara y lo metimos en un bote; al día siguiente lo mezclamos con agua caliente, se diluyó y los niños descubrimos el “pegamin”.
Hasta entonces cuando queríamos pegar dos papeles lo hacíamos con “engrudo” (harina y agua disuelta)
Termino recordando gratamente los recuerdos de mi infancia en/y la escuela, a los maestros, los estudios, los juegos, el compañerismo, lo que nos enseñaron y lo felices que fuimos en esta parte de la vida tan importante.
Estoy seguro que hoy algunos de mis compañeros en edad se han quitado por un momento un montón de años de encima.
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