ME DA MUCHA PENA…

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Rafael de Frutos Brun – Montejo de la Sierra 2018
Cuando el mes de mayo termina y al pasar por la plaza de Montejo y ver que el mayo no está en el sitio de todos los años, me da mucha pena. El pasado 30 de abril nadie recordó que era la noche en la que se echaba a mayas y se colocaba el mayo en su sitio.
El mayo ha sido un símbolo en Montejo, con una liturgia sencilla y simpática.
Días antes del 30 de abril, los mozos ya habían localizado el chopo o el álamo más alto y derecho de la zona, y sin previo permiso del dueño, era talado y traído al pueblo. Esa noche, con ayuda de tijeras de madera y sogas, era «plantado» y puesto en vertical, poco a poco y con gran esfuerzo, se iba consiguiendo el propósito, mientras la gente del pueblo lo admiraba y disfrutaba, sobre todo los abuelos recordando su juventud y dando sus consejos y aportando su experiencia. Terminada la faena de levantar el mayo los mozos invitaban a los presentes a limonada y galletas de vainilla.
El mayo permanecía en la plaza durante ese mes entero.
El día primero de mayo estaba el «mozo» en la plaza del pueblo simbolizando que la noche anterior se habían sorteado y emparejado mozas y mozos para el presente año, con la obligación de enramar el balcón de su correspondiente maya los días del Corpus, el día de la Ascensión y el primero de mayo; ella se comprometía a bailar la primera jota que se bailaba en la plaza el día del Cordero, amén de llevarle a su mayo un fenomenal plato de rosquillas que primero se cocían en un caldero y después iban al horno hechas con la verdadera receta de abuela que las supervisaba.
Esa misma noche, también entraban de mozos, los adolescentes que ya tenían derecho por su edad, previo pago de la simbólica entrada de ser mozos y «retameros» que además, eran los encargados de traer la retama para el resto. Desde ese momento podían entrar al baile, participar en los escotes, ir a jugar una partida al bar, hacer de alguaciles y un poco a escondidas fumar un cigarrillo. «Ya eran mozos»
En los últimos 40 años se ha colocado un pino, el mejor que se encontraba en el pinar, y sin pedir permiso a nadie, yo me hago estas preguntas: ¿quién era el propietario del terreno? ¿quién puso los pinos? ¿quién se tuvo que abstener de NO pastar aquellos pazos? A los mozos no les importaba. Ellos tenían el derecho y la libertad para cortar el pino que quisieran y traerlo a la plaza.
Siento nostalgia hoy al no ver el pino en la plaza, y rebusco en mi memoria las costumbres que son nuestras porque nos las dejaron los mayores y no quiero que se pierdan, se arrinconen o se entierren definitivamente.
Nadie habla ya del lino, que casi no sabemos que es un cereal, o del carnaval, del entierro de la sardina, el cordero, el hornazo, las rondas, la vaquilla, la cerradura, la reguera, el «aligui aligui» la ronda de los casados, las publicatas, las comedias, el recoger la bellota……….
Los niños no saben que jugábamos a la pelota en la pared de la iglesia, al dola, a la Jaraba, al perro lino, al agua la jarra, al inque, a las chapas, al chito… alborotando la plaza y la plazuela, y éramos felices.
Supongo también que soy un nostálgico de antaño y que se me ha parado el reloj, el reloj del tiempo es imparable pero estoy contento de serlo como otros están contentos mirando nerviosos un pequeño artilugio al que llaman móvil durante horas y más horas moviendo su pulgar a toda marcha para conseguir algo que solo ellos saben.
Sea también bienvenido lo que llega de fuera siempre que no moleste y nos aporte algo pero, queridos amigos, que no se pierda lo nuestro o nos echarán en cara que no supimos mantener la herencia de los abuelos. Así escribiremos la historia completa con el orgullo de haber nacido en Montejo que es como tener el título de ser hijos del pueblo.

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