Rosa Ortega Serrano
El dios de la casa, nuestro tesoro, ese ser por el que daríamos la vida porque es el fruto de nuestro vientre, se ha convertido en un tirano.
¿Qué está pasando para que jóvenes tan ilusionados, tan equilibrados, con tanta información, se conviertan en padres sobreprotectores? ¿Hasta dónde llega su responsabilidad o la del resto de personas que acompañamos su crianza? Este es sin duda un problema social que atañe al sistema educativo, al mercado de trabajo, a las leyes de conciliación familiar y hasta al sostenimiento del sistema de pensiones de la seguridad social. Estos niños son el presente y el futuro, y si solo aprenden a mirarse el ombligo, todos vamos a tener problemas.
En mi casa se oye la voz de un antepasado lejano que decía que a los niños hay que contrariarles por sistema. Esos son los ecos de una generación que vivió la guerra, un drama colectivo que dejó huella en todos los aspectos de la vida. Ahora la realidad está acolchada, pueden tener lo que necesiten, lo que deseen y hasta lo que imaginen. Se lo dan todo hecho, poniendo en riesgo su propia tranquilidad porque cada vez los padres tienen que saber más cosas y manejar más especialidades de ocio, e incluso aprender a tolerar la ansiedad que supone tener que desempeñar tantos papeles teniendo tan poco tiempo.
Pero, ¿cómo hemos llegado hasta aquí? Puede ser que por una cuestión demográfica y el reducido número de nacimientos que hay en nuestro país o por el retraso en la edad de tener hijos, lo cual los hace tan deseados que no se admiten fallos en su crianza. Supongo que contribuye que las familias ahora son nucleares y, como mucho, están formadas por el padre, la madre y dos hijos y no hay manera de perderse de vista en una jungla tan pequeña. Otra posible causa, muy importante, es la oferta de estímulos entre los que pueden elegir para ofrecer a los hijos y que muchas veces ni siquiera los padres saben distinguir.
¿Dónde quedan los famosos límites de los que tanto se hablaba antes? Acaso no es preciso mostrar a los niños y niñas cuándo andan equivocados. Otro de mis familiares, esta vez más cercano y querido me ilustra la necesidad de límites que tienen los niños y niñas con los que vivimos, con el ejemplo del ciego: Imagínate que eres ciego y estás en un campo abierto. No tienes referencias, no sabes donde está el pozo ni donde el abismo o la farola. Suelto, sin freno ni guía, ¿Cómo te sentirías? Y, de repente, llegas a un muro y el muro te calma, aunque te duela o esté duro, pero tienes dónde engancharte.
Necesitamos padres seguros, capaces de ablandar y endurecer el muro según dicta el manual no escrito de la crianza y educación de niños y niñas del año 2018.
Por supuesto, este tema y su transformación y adaptación a los vertiginosos cambios sociales es algo así como el santo grial para los curiosos del mundo educativo, y no paramos de buscar causas que nos expliquen lo que está pasando. Pronto se pondrá de moda una vacuna para evitar los síntomas, que no las causas, de la sobreprotección.
Disfrutemos observando la crianza de los padres y madres que conocen el manual.
FEDERICO GARCÍA LORCA siempre nos simplifica la vida.
Canción tonta
Mamá, yo quiero ser de plata.
Hijo, tendrás mucho frío.
Mamá, yo quiero ser de agua.
Hijo, tendrás mucho frío.
Mamá, bórdame en tu almohada.
¡Eso sí! ¡Ahora mismo!
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