Rosa Ortega
Son las 5 de la tarde, hay sol, llega la primavera y estoy preparada para mi protesta mensual. Me consuela pensar que las voces de los poetas justifican este texto y facilitan la digestión de mis historias.
Había una vez una niña que vivía en las nubes, siempre protegida por una madre desprotegida. A veces se oían los gritos de la madre al chocar con el puño de su carcelero, la niña caminaba perdida todas las horas del día. Planearon la fuga y aunque no fue en patera ni el mar llegaba hasta su barbilla, las persiguieron hasta el borde mismo de la desesperación.
Lejos del primer verdugo, la madre oye los gritos de sus vecinos y siente la amenaza del exceso de celo: todos miran y juzgan cómo debe criar a su hija.
Rápidamente consigue escolarizarla en una escuela infantil. La niña, siempre ensimismada, tenía tanta angustia que parecía caminar sobre cuatro patas de elefante. Cuando los niños y las niñas se acercaban a ella se liaba a tortas, bocados, arañazos. Era su mundo, silencioso, indescifrable, lleno de imágenes, contactos.
La madre se planta ante la persecución, ¡haremos una vida normal!
Buscaremos en el desarraigo, la explotación, los desplantes, un poco de normalidad. En la escuela, la maestra acoge y ampara a esta fierecilla. Con sus botas de siete leguas busca recursos para mejorar la vida y las relaciones de la niña con el resto del mundo. Descubren que estaba sorda, tal vez sordera parcial (pérdida de audición relacionada con alguna enfermedad, lesión o la exposición excesiva al ruido).
El milagro, ese que hace que una niña venida de otro país, con problemas de adaptación, agresión a sus compañeros, molesta para la sociedad, sea ahora la misma niña que vive en el pueblo de al lado y que puede acudir a revisiones médicas, resolver su relaciones sociales y oír los sonidos que se desplazan por el aire y le ayudan a entender a otros humanos.
En el centro educativo hay resistencias, se insinúa que mejor atada, para que el resto de niños no salgan con lesiones, brutal pero efectivo.
La paciente profesora pone en marcha todo el protocolo de asistencia escolar y a la niña le ponen audífonos. Victoria de la empatía, el afecto, el saber hacer. Pero todavía nos quedan los padres y madres de los otros niños que no solo tienen que educar a sus hijos en la tolerancia y el respeto sino que deben colaborar en el bienestar de esta niña. Moviliza a las familias, con cartas, reuniones. Todos le ayudan en su camino de integración.
La madre ahora tiene un problema menos. Su hija querida seguirá con ella, los servicios sociales van a ayudar y toda la clase con su profe a la cabeza brinda a esta niña un poco más de protección.
Esta es una historia real, acerca del amor, la memoria, la ética, la justicia social, el desamparo, la paciencia, los principio…todo mezclado, triturado y situado muy cerca de aquí.
Julia Uceda ha escrito FUTURO IMPERFECTO
Cuando anochezca
¿qué puedo hacer con la memoria,
dónde guardo las algas de esos años,
dónde los imperdibles del soneto,
el ruido del cristal en las ventanas,
la amarga margarita,
el tiempo fraternal y fracturado?
Se habrá roto el zafiro
Y por el suelo correrá, ya libre,
lo prisionero.
(El perro ladra y su ladrido
me arranca de la sombra en que caía).
Pero, de todos modos,
los helechos aquellos se quemaron,
la rosa-¿de quién era?- continúa
en algún libro, no sé cuál. Pero a estas alturas
¿verdad que todo da lo mismo?
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