Se llamaba Isabel y era una gran mujer. Muy conocida «de toda la vida», «vecinos y vecinas no daban crédito», «no se oían gritos en la casa» «él parecía buena persona», pero lo cierto es que Faustino cogió la maza y allí mismo delante de su hijo de dos años le asestó un golpe mortal. Estos son algunos de los comentarios que hacemos ante los hechos ya consumados, pero mi artículo no va solo de violencia machista, o eso pretendo.
Empecemos rindiendo homenaje a las sabias mujeres cuidadoras, a todas aquellas que paridoras o no, llevan en su cuerpo el germen del autocuidado y desde la responsabilidad generosa, trabajan siempre por el bien común.
Conozco muchas mujeres así y algunos hombres.
Supongo que os imagináis que no pretendo ensalzar valores exclusivamente femeninos, porque este es un mundo de personas, con problemas de relación entre personas que conviven con multitud de seres, espacios, voluntades, y en un entramado social que me da hasta miedo nombrar.
Pero ocurre que estoy preocupada por un aspecto de nuestra convivencia que hace que las mujeres sigan sufriendo a causa de los hombres.
Hemos aprendido muchas cosas sobre el machismo feroz de algunas personas y aún hoy las mujeres no salimos de nuestro asombro cuando «ellos» nos miran con benevolencia ante errores compartidos, pero es que no es solo una cuestión de gestos o de luchas de poder, es una cuestión de muerte. Siguen matando a muchas mujeres (19 en los meses de 2016) por su condición de féminas. Este argumento es suficiente para no dar por concluida la lucha. Propongo seguir haciendo LA REVOLUCIÓN DE LAS CONSECUENCIAS.
Niños y niñas van juntos a la escuela, conviven y se mezclan aprendiendo a vivir. Hombres y mujeres van juntos al trabajo y construyen reglas para vivir y morir. A todos ellos el sistema les lleva en volandas y la evolución del pensamiento junto con el progreso tecnológico, financiero, democrático, hacen que no nos demos cuenta que las cosas siguen pasando.
Vamos a mirar hacia la escuela, como siempre hacemos desde este espacio de escritura compartida, para rogar a los profesionales que se ocupan de la educación de nuestros hijos e hijas que no bajen la guardia. Debemos seguir pendientes de la publicidad, del lenguaje con el que nos referimos a los niños y a las niñas y sobre todo de la actitud, que hace que se sigan perpetuando roles y discriminando a las personas en función del sexo.
En este momento, desde la evidente y necesaria igualdad entre todos, creo yo, que el valor en alza es el respeto. Te respeto por ser como eres: por tu lengua, por tu ideología, por el color de tu piel, por tus creencias, por tu forma de ser, de querer, de imaginar, de decidir, de trabajar, de mirar. Para no pecar de ingenua rogaría a todos aquellos varones que notan que son o se están volviendo insolentes, violentos, celosos, acaparadores, explotadores o miserables que vayan corriendo a apuntarse a la universidad del respeto. No se admiten arrepentimientos.
Este mes mi ofrenda lectora, se llama «LA MAMÁ DE LOS CUENTACUENTOS» y es del libro Espejos de EDUARDO GALEANO «Por vengarse de una, que lo había traicionado, el rey degollaba a todas.
En el crepúsculo se casaba y en el amanecer enviudaba. Una tras otra, las vírgenes perdían la virginidad y la cabeza. Sherezade fue la única que sobrevivió la primera noche, y después siguió cambiando un cuento por cada nuevo día de vida.. Esas historias, por ella escuchadas, leídas o imaginadas, la salvaban de la decapitación. Las decía en voz baja, en la penumbra del dormitorio, sin más luz que la luna. Diciéndolas sentía placer, y lo daba, pero tenía mucho cuidado. A veces en pleno relato, sentía que el rey le estaba estudiando el pescuezo.
Si el rey se aburría estaba perdida.
Del miedo a morir nació la maestría de narrar.
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