Rosa Ortega
Este mes he hecho mis deberes y he leído el periódico de principio a fin. Me ha sorprendido la exaltación de mis vecinos para defender sus ideas y ese uso del lenguaje tan extendido en nuestra tierra, que supone gritar, utilizar palabras mal sonantes y pretender llevar siempre razón. Asisto encantada a las réplicas y contrarréplicas que sitúan las recetas psicológicas en la botica de la wikipedia y nos aconsejan mirar a los niños como compañeros de vida.
Reflexiono sobre el concepto de líder político (término cada día con menos significado), democracia (gobierno del pueblo por el pueblo y para el pueblo), tutela de los alcaldes (somos todos muy mayores) y sobre todo me llama la atención esa idea de «seguir siendo el territorio más salvaje de la comunidad de Madrid» (me pregunto qué querrá decir el autor con esta frase). Menos mal que he encontrado la solución para los que nacen y la esperanza para los que aún soñamos con un mundo mejor: «CASAS DE NIÑOS: APRENDER Y CRECER PARA SER FELICES». Cuando parecía que el mundo se iba a acabar, el autor de este artículo nos muestra el camino de salvación a través de la educación, el arte, la cultura y la naturaleza; todos estos prerrequisitos «revolucionarios», nos permiten acceder a la condición de ciudadanos con pensamiento critico, creativo y por supuesto cuidadoso (consigo mismo y con los demás).
Me voy a quedar en este punto de mi lectura porque creo que las casas de los niños son el comienzo del camino educativo, fuera del ámbito familiar y merecen nuestra atención.
Ortega (De José Ortega y Gasset), nos dice que la historia tiene una estructura precisa, que es la de las generaciones. Cada hombre encuentra un mundo determinado por un repertorio de creencias, ideas, usos y problemas y la generación sería algo así, como una unidad para medir la historia, de unos quince años aproximadamente. Si escuchamos a este insigne filósofo español y tenemos en cuenta la media de edad de la sierra, es hora de mirar a los niños y a los jóvenes. Son ellos los que decidirán cómo gestionar el agua, si conservan las tradiciones o las adaptan respetuosamente. Los que crearán nuevos tipos de convivencia y casi seguro de colaboración entre poblaciones (no creo que sigan recelando de los del pueblo de al lado solo porque así lo hicieron sus mayores) y supongo que los que no permitirán a sus alcaldes gestionar los Ayuntamientos más allá del tiempo que sean capaces de conservar la ilusión y la capacidad de servicio público. Pero todo esto será posible (desde mi punto de vista, por supuesto) si en esta segunda transición política que se avecina somos capaces de transformar el gobierno de los mercados y los bancos en inversión pública, recuperando la capacidad de los estados para crear servicios para los ciudadanos y poder así, ofrecer a todos los niños de la sierra espacios educativos como la «casita de Montejo de la sierra» o el colegio público de Lozoyuela.
Pero son muchas las preguntas que surgen en torno a esta visita a la casa de los niños: si el arte, la naturaleza, la literatura, la música, son tan importantes para esta pequeña comunidad educativa ¿por qué cada vez tienen menos espacio en los currículos oficiales? ¿Es posible un mundo mejor con ciudadanos que no hayan disfrutado con la música, no gocen con el diálogo y la argumentación que enseña la filosofía, no se asombren con las historias (orales o escritas) de la tradición oral o de la invención de los escritores, no sean capaces de cuidar su entorno con el saber de sus mayores y el apoyo de la ecología más moderna? Intentaremos conservar la curiosidad y la capacidad para el diálogo para seguir formulando preguntas y buscando respuestas pero de momento he de dejarlo para otro día.
(CONTINUARÁ, si me dejan).
Si quieres escríbeme a sendanorte@sendanorte.es
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