José Enrique Centén Martín
En casi todas las familias se puede encontrar esa figura entrañable pero que con el tiempo son relegadas y la mayoría olvidadas tras su fallecimiento. En muchos casos fueron estigmatizadas por su soltería incluso en la familia, mujeres a veces demasiado expuestas y asumiendo ciertas cuestiones acerca de ellas a priori sin tenerlas en consideración, ocurría en épocas pasadas y puede darse el caso en la actual, mucho más difícil porque la sociedad ha evolucionado en cuando a los derechos de la mujer, pero antaño era totalmente distinto como definió Bacon «descubriendo que las creencias, suelen ser, prejuicios 1.
Época donde eran fustigadas por su entorno haciéndole tomar conciencia que cuanto más mayores su realidad cambia sin posibilidades de escoger un hombre, recordándoles su estilo de vida diferente a otras mujeres principalmente en eventos como bodas o bautizos, haciéndoles desarrollar algunas veces sentimientos de inseguridad y sentirse desplazadas dentro de sus propias familias de origen, sobre todo si padres y hermanos remarcan su soltería al hacer comentarios desagradables sobre su situación. Ella optó como mujer libre su situación, yo añadiría que fue la postura más lógica porque «si nacemos solteros, el casarse es anti natura»
Su actitud no es lo importante, lo realmente importante es que no serán recordados sus desvelos para los familiares, padres, hermanos y sobrinos sobre quienes volcó su vida, e incluso la ayuda económica al aportar su sueldo al entorno familiar.
Algunas se rebelaron a esa situación, ese fue el caso de Concepción Pérez Alba, nacida el 17 de febrero de 1917 cuando en 1940, supongo que con el permiso paterno preceptivo en la España de aquella época, asume su soltería y va en ayuda de su hermana María para que no desapareciera en ella los vínculos y sentimientos familiares, al estar alejada con sus cuatro hijos con el desgarro familiar y cultural consiguiente que aportaba en aquella época el núcleo familiar compuesto por abuelos, nietos y toda una pléyade de tíos y sobrinos. Ambas mujeres «prefirieron pensar, sentir y querer, antes de perder su propio yo, fundamento genuino de persona libres» como lo define Erich Fromm 2, postura impensable en aquella época de involutiva de España, y más aún por mujeres «afirmando los ciertísimos postulados de la naturaleza humana, que mueven a las personas en su vida personal y colectiva: el apetito natural y el principio de auto conservación», Hobbes 1
Pero ella nunca olvidó a su familia, tras los pasos de su hermana se emancipó, pero siempre alrededor de ella, en Marruecos, hasta que sus cuatro sobrinos se valieron, incluso emigró a Alemania con uno de ellos, y al quedar conforme con su situación de nuevo vuelve junto a su hermana que por entonces estaba a Francia. Pero nunca se olvidó de los suyos en Ceuta, volvía llena de regalos, camisas, pantalones, algún juguete para los más pequeños, convirtiéndose en la tía del Patio Castillo, y en su recorrido en tren desde Alemania o Francia paraba en Madrid con regalos para los hijos de su sobrina. Años después tuvo que quedarse en Ceuta cuidando de su madre, a pesar de que dos hermanos vivían al lado, su vida se fue apagando junto a ella y al fallecer vuelve a su amado París junto a su hermana, allí recibió algún hijo de sus sobrinas a las que ayudó en Marruecos cuando eran púberes, siempre tenían un cuarto en la buhardilla, en Alma Marceau donde vivían, para familia o visita. Al jubilarse su hermana ella hizo lo mismo y ambas se trasladaron a Algeciras viviendo y acompañándose hasta el final, murió su hermana y a los pocos años ella, sola, algunos familiares de Ceuta, Fuengirola, Córdoba, Burdeos, Madrid, pudieron asistir pero pronto fue olvidada, por ello quiero brindar un homenaje a todas esas tías solteras olvidadas, personalizándolo en mi tía-abuela Concha que hubiese cumplido 100 años, y a la que nunca olvidaré para que su muerte no sea definitiva.
1.- Salvador Giner «Hª del pensamiento social», Salvador Giner. 12ª edición ampliada: septiembre de 2008, Editorial Ariel, pp. 269, 299
2.- Erich Fromm «El miedo a la libertad», 8ª impresión, octubre de 2011, Edit. Paidós, página 359
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